En el tiempo en el que el profeta Jeremías predicó abundaba la mentira (640-586 a. de C.). Este fue un tiempo en el que los falsos profetas predominaban.
Jeremías anunció el desastre y la ruina para la nación si no se arrepentían y se volvían a Dios, mientras que sus coetáneos le aseguraron a la gente paz. Estas falsas voces hablaron inventos de la mente.
Sin embargo, Dios no los había enviado ni les había dado ninguna orden. “Me dijo entonces Jehová: Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé; visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón [les] profetizan”, (Jeremías 14:14).
Hoy estamos viviendo tiempos similares a estos. Esta es la era tecnológica, pero también la era de las mentiras y las manipulaciones. Tal como fue anunciado (ver Isaías 5:20), se está diciendo hoy que lo malo es bueno y que las tinieblas son luz. Y al igual que en el tiempo de los profetas, la gente no quiere escuchar la buena enseñanza.
Al contrario, quiere oír enseñanzas diferentes, por eso se buscan líderes que digan lo que se quiere oír y se presta atención a toda clase de cuentos (externos e internos). En pocas palabras: lo que es obvio se volvió invisible y recóndito. Esto, tarde o temprano, desembocará en el mismo lugar que lo hiciera más de dos mil años atrás: el desastre y la ruina (véase 2 Crónicas 36:20-21).
Con todo, la esperanza sigue siendo esta: arrepentirse y volverse a Dios. Recuerde que esto no es un asunto de competencia, política, color, dinero o religión. Es un asunto de salvación. “En realidad no es que el Señor sea lento para cumplir su promesa... -escribe el apóstol-. Al contrario, es paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan” (2 Pedro 3:9, NTV). Querido lector, es tiempo de quitarse la venda y poner a Cristo en el lugar más elevado de su vida; Él que es la verdad y la vida abundante.