¡En vida, hermano...! Es una frase utilizada a través de cualquier época y sociedad. Debido a que la humanidad por naturaleza aprecia más hasta cuando la persona está muerta. En vida le sobraban los defectos, las críticas, pero al morir le sobran las virtudes, talentos y los elogios.
Llegando a extremos que al fallecido hasta le suman enaltecimientos que nunca tuvo en su hoja de vida, le inventan cualidades y aptitudes que nunca tuvo y las que poseyó en su existencia las ignoraron y hasta se las negaron. Sea hombre o mujer.
En vida poco aprecio, empezando en la familia, con los padres que se sienten que hacen más falta hasta cuando ya han fallecido, y de igual manera otro ser querido, amistades, compañeros o personas en general.
El deber y la cortesía de visitar los familiares o amistades en vida se descuida y casi nunca hay tiempo para dedicarles. Pero si fallece le sobran parientes, amigos, amigas, y hasta desconocidos. Y siempre hay tiempo y las distancias se hacen cortas.
En vida nunca se le obsequió una rosa o un clavel, aún en fechas especiales, pero al morir le sobran los inmensos ramilletes de cualesquiera variedades de hermosas y costosas flores y aun siendo de escasos recursos económicos el difunto, sus parientes y la mayoría de sus amistades.
La mayor parte de los fallecidos van con elegantes y costosos trajes, algunos acostumbrados a estas vestimentas en vida, pero los otros, que son la mayoría, quizás ni para su cumpleaños o en época navideña tuvieron la oportunidad de ponérselo.
Otros, ni en vida ni muertos supieron lo que es vestirse “elegantemente”, aunque al final con saco o sin él, es la última mudada que se estrena, faltando solamente los zapatos. En un país llamado Honduras.