El espíritu de la Navidad

Por desgracia, algunos rencores y resentimientos que se han alimentado por diversas situaciones siguen presentes.

  • Actualizado: 20 de diciembre de 2025 a las 00:00 -

Una antigua leyenda japonesa nos relata la historia de un belicoso samurái que retó a un venerable maestro. El reto consistía en explicar, en pocas palabras, la diferencia entre el cielo y el infierno.

El monje miró fijamente al guerrero y le dijo con desdén: “¡No puedo perder el tiempo con patanes como tú!”. El samurái, ofendido, desenvainó su espada y gritó: “¡Podría matarte por tu impertinencia!”. El monje explicó calmadamente: “Eso es el infierno”.

Totalmente desconcertado al percibir la verdad en las palabras del maestro respecto a la furia que lo dominaba, el samurái se serenó, envainó la espada y se inclinó, agradeciendo al monje la lección. “Y eso”, añadió el monje, “es el cielo”.

Esto ilustra la diferencia crucial que existe entre quedar atrapado en un sentimiento negativo y tomar conciencia de él, sin permitir que nos arrastre.

La época de Navidad es maravillosa. Los comercios arreglan sus aparadores, la ciudad se llena de luces, las empresas entregan aguinaldos, los hogares se adornan con arbolitos y nacimientos, las familias se reúnen para compartir la cena de Nochebuena, los niños esperan sus juguetes y todo el mundo parece feliz. Todo a nuestro alrededor parece tornarse más agradable.

Por desgracia, algunos rencores y resentimientos que se han alimentado por diversas situaciones siguen presentes. ¿Por qué no aclararlos, sobre todo en esta época? ¿Deberíamos eliminar esos sentimientos negativos, sustituyéndolos por comprensión? Así conoceríamos, como el samurái, la diferencia entre el infierno y el cielo.

¿Qué puede impedir que logremos ese cambio? Quizá el correr por las compras de última hora, el tránsito denso y el ajetreo general nos genere estrés e incluso mal humor. Pero no basta con ser conscientes de nuestros sentimientos negativos; recuerde, no hay que dejar que nos arrastren. Dale Carnegie decía que, para ser feliz, usted y yo solo tenemos que hacer una cosa, una sola: tener los pensamientos adecuados.

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