Se han escrito libros y filmado películas sobre el tema de los “abogados del diablo” en varias partes del mundo, con contenidos críticos y terroríficos. Entre ellos, el australiano Morris West en el año 1959 e igual la película del director estadounidense Taylor Hackford en 1997.
En muchos países del mundo podemos mencionar esta frase de los “abogados del diablo” cuando nos referimos a los maquiavélicos que ejercen esta noble profesión torciendo las leyes en el siglo XXI.
Estos sujetos defensores del “diablo”, hombres y mujeres que hacen pactos de marañas y patrañas, son esos abogados que defienden a los culpables y condenan a los inocentes. Ellos defienden a sujetos señalados por la justicia de las acciones más comunes: narcotráfico, crimen organizado, desfalcos, robos de todo tipo y cantidades de corrupciones.
En Latinoamérica son incontables estos casos, especialmente en los diferentes Gobiernos, e igual el número de estos abogados que tienen trato con el patrón del mal y que son llamados incluso profesionales, que es difícil que pierdan un caso.
El país tiene historia de haber y de tener excelentes, ilustres y probos juristas de esta interesante y valiente profesión desde que se fundó el Colegio de Abogados de Honduras ( CAH) en el año 1905 hasta el actual año 2022, con un promedio mayor de 34,000 agremiados.
Aunque los “abogados del diablo” siempre han existido, en las últimas décadas deambulan las 24 horas del día en los 298 municipios, en especial en la capital Tegucigalpa, y se instalan en las salidas y entradas de los tres poderes del Estado, de donde son sus principales clientes, y en varios casos se olvidan de “que mal paga el diablo a quien bien le sirve” en un país llamado Honduras.