Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre la última encíclica de Francisco, titulada “Dilexit nos” (“Nos amó”), que desde su título hace referencia a la forma abreviada de la frase completa que suele citarse en el Nuevo Testamento, específicamente en la Carta a los Gálatas 2:20: “Dilexit me et tradidit semetipsum pro me”, que se traduce como “me amó y se entregó a sí mismo por mí”, dejando en claro que centrará su atención en el amor de Dios hacia la humanidad, un tema central en la teología cristiana y, como veremos a continuación, para el magisterio del papa Francisco.
La precitada encíclica se publicó el 24 de octubre de 2024 y resuena en el seno de la Iglesia Católica no solo como el último documento magisterial de Francisco, sino como una síntesis poderosa y conmovedora de su visión eclesial. Afirmar que esta encíclica concentra la esencia de su doctrina no es simplemente una consecuencia de su cronología, sino una apreciación de cómo el pontífice, a través de la meditación profunda sobre el Sagrado Corazón de Jesús, nos ofreció una clave hermenéutica para comprender la totalidad de su magisterio, sin el tamiz mediático-intencional de lo que “se dijo” en los medios de comunicación.
Desde sus primeras líneas, “Dilexit nos” establece un tono de profunda contemplación del amor divino manifestado en el Corazón de Cristo, al afirmar con contundencia que “la contemplación del Corazón de Jesús nos introduce en el centro mismo del misterio del amor de Dios por la humanidad” (papa Francisco, Dilexit nos, n. 1). Esta centralidad del amor, no como una abstracción teológica, sino como una fuerza viva y concreta encarnada en la historia, ha sido un eje transversal en el pensamiento de Francisco, en tanto que su insistencia en una Iglesia “en salida” o “en apertura”, samaritana y misericordiosa, encuentra su fundamento último en este amor que se derrama sin reservas.
Esta perspectiva no es una novedad, sobre todo si nos remontamos a la teología de Karl Rahner, quien enfatizaba en la experiencia trascendental del amor de Dios como fundamento de la fe cristiana. Para él, el amor de Dios no es primariamente una doctrina, sino una experiencia existencial que transforma al ser humano desde su interior. En su obra titulada “Curso fundamental de la fe” (1979) expresa que “la experiencia de Dios es la experiencia del amor incondicional que sostiene y penetra toda realidad” (K. Rahner, op. Cit. P.127). Pues bien, “Dilexit nos” parece dialogar directamente con esta visión, presentando el Corazón de Jesús como la manifestación histórica palpable de ese amor incondicional.
Sin embargo, la propuesta de Francisco no está exenta de debates y matices. Algunos teólogos, desde perspectivas más centradas en la trascendencia divina y la objetividad de la ley moral, podrían cuestionar el énfasis en la experiencia afectiva del amor como centro de la vida cristiana. Por ejemplo, para Hans Urs von Balthasar, si bien el amor es fundamental, su comprensión debe integrarse en una visión más amplia de la gloria de Dios y la belleza trascendental. En su obra “Gloria: Una estética teológica” (1985), Balthasar advierte sobre el peligro de reducir la fe a un mero sentimiento subjetivo, indicando que “el amor cristiano no es un sentimentalismo piadoso, sino la respuesta libre y responsable al amor gratuito de Dios, que se manifiesta en la totalidad de su revelación” (H.U von Balthasar, op. Cit. Vol. I, p. 456).
A pesar de estas posibles tensiones interpretativas, “Dilexit nos” articula una visión del amor que no se limita al sentimentalismo, sino que se traduce en acciones concretas y cotidianas de justicia y solidaridad. El Papa Francisco escribió: “El amor que brota del Corazón de Jesús nos impulsa a salir al encuentro de los demás, especialmente de los que sufren y son descartados” (op. Cit. n. 8).
Esta conexión intrínseca entre la contemplación del amor divino y el compromiso con el prójimo ha sido una constante en su pontificado, desde “Evangelii gaudium” hasta “Fratelli tutti”.
También, la encíclica aborda la dimensión espiritual del amor, invitando a una profunda relación personal con Jesús a través de su Corazón: “En el Corazón de Jesús aprendemos la mansedumbre y la humildad, la paciencia y la misericordia, virtudes esenciales para construir un mundo más humano y fraterno” (“Dilexit nos”, n. 12). Esta invitación a la transformación interior a través del encuentro con el amor de Cristo se alinea con la tradición de la imitatio Christi, central en la espiritualidad cristiana.
Ahondemos un poco más en este último aspecto. La encíclica, al centrarse en el Corazón de Jesús como fuente de amor y virtudes, nos convoca a una configuración vital con Cristo. Esta llamada trasciende la mera admiración intelectual o adhesión doctrinal, ya que implica una metamorfosis profunda del ser, moldeada por el ejemplo y la fuerza del amor divino manifestado en la humanidad de Jesús.
Para concluir, queridos lectores, la encíclica de Francisco que acabamos de analizar no es simplemente la última pieza de su magisterio, sino una clave de bóveda que ilumina la arquitectura teológica y pastoral de su pontificado. Lejos de ser un mero resumen, esta encíclica nos ofrece una concentración visceral de su visión: una Iglesia cuyo corazón late al ritmo del amor incondicional de Dios manifestado en Cristo, un amor que impulsa a la compasión, la justicia y el encuentro con la humanidad herida.
Para comprender la profunda impronta que Francisco deja a la Iglesia Católica es imprescindible contemplar este Corazón ardiente que nos convoca a amar como Él nos amó. “Dilexit nos” se erige así como un testamento doctrinal que, esperemos, perdure considerablemente, invitando a las generaciones futuras a beber de la fuente inagotable del amor divino y construir un mundo más fraterno y misericordioso.