Hoy, 15 de mayo, se celebra el Día Internacional de la Familia, una fecha instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993. Poco recordada, quizás por la cercanía con la celebración del día de las madres, este día ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la relevancia del tema.
Estamos acostumbrados a la definición escolar que reza “la familia es el núcleo de la sociedad”; sin embargo, a pesar de reconocer su relevancia, poco tratamos sobre este tema, en relación con otros menos importantes. Hablar sobre la familia no parece “estar de moda”, no es un “trend topic” en redes sociales ¿Es acaso un tema complejo para la sociedad actual?
Quizás de una forma inconsciente, hemos restado importancia al tema, porque conlleva a replantearnos responsabilidades desde nuestro propio núcleo y el papel que estamos jugando cada uno desde nuestra propia perspectiva de padres (naturales, adoptivos o “de tarea”) abuelos, hijos o hermanos.
Sin duda es más fácil pensar que los problemas que enfrentan nuestros seres más cercanos son producto de una sociedad fragmentada y excluyente, pero no de la debilidad de un entorno familiar del que poco reflexionamos.
Funcional o disfuncional, de dos personas o de muchos más, sin padres o quizás solamente con alguno de los dos, lo cierto es que en ese grupo de convivencia fundamental, aprendemos a ser humanos.
La familia tradicional –madre, padre e hijos- es cada vez menos frecuente. Debemos reconocer que esa sería la condición ideal de la familia, pero que aún y cuando no sea de esa manera, la relevancia para sus miembros y para la sociedad, es la misma.
El Papa Francisco ha enfatizado en la familia, como casa y escuela de la vida y el amor. Allí, aprendemos en la primera infancia los valores que reforzaremos o modificaremos a lo largo de la vida. Allí, tenemos la oportunidad de aprender a ser solidarios y tolerantes, a respetar las diferencias y colocar el bien común por encima de todo. ¿Podemos entonces cuestionar su importancia?
Hagamos nuestra la celebración de la familia, sin regalos ni aspavientos, pero sí con la firme intención de fortalecer esa pequeña comunidad de diálogo, de amor y de esperanza.
Estamos acostumbrados a la definición escolar que reza “la familia es el núcleo de la sociedad”; sin embargo, a pesar de reconocer su relevancia, poco tratamos sobre este tema, en relación con otros menos importantes. Hablar sobre la familia no parece “estar de moda”, no es un “trend topic” en redes sociales ¿Es acaso un tema complejo para la sociedad actual?
Quizás de una forma inconsciente, hemos restado importancia al tema, porque conlleva a replantearnos responsabilidades desde nuestro propio núcleo y el papel que estamos jugando cada uno desde nuestra propia perspectiva de padres (naturales, adoptivos o “de tarea”) abuelos, hijos o hermanos.
Sin duda es más fácil pensar que los problemas que enfrentan nuestros seres más cercanos son producto de una sociedad fragmentada y excluyente, pero no de la debilidad de un entorno familiar del que poco reflexionamos.
Funcional o disfuncional, de dos personas o de muchos más, sin padres o quizás solamente con alguno de los dos, lo cierto es que en ese grupo de convivencia fundamental, aprendemos a ser humanos.
La familia tradicional –madre, padre e hijos- es cada vez menos frecuente. Debemos reconocer que esa sería la condición ideal de la familia, pero que aún y cuando no sea de esa manera, la relevancia para sus miembros y para la sociedad, es la misma.
El Papa Francisco ha enfatizado en la familia, como casa y escuela de la vida y el amor. Allí, aprendemos en la primera infancia los valores que reforzaremos o modificaremos a lo largo de la vida. Allí, tenemos la oportunidad de aprender a ser solidarios y tolerantes, a respetar las diferencias y colocar el bien común por encima de todo. ¿Podemos entonces cuestionar su importancia?
Hagamos nuestra la celebración de la familia, sin regalos ni aspavientos, pero sí con la firme intención de fortalecer esa pequeña comunidad de diálogo, de amor y de esperanza.