No hay justificación para deshonrar a Honduras. Los políticos que participan en procesos electorales si no aceptan los resultados, afectan la credibilidad y la madurez de la clase política. Y a Honduras. Igualmente, los funcionarios - Xiomara, Redondo y Ochoa - cuando dan declaraciones en contra del proceso electoral, irrespetando la voluntad ciudadana y rechazando el obligado cumplimiento de la Constitución, le hacen enorme daño al país.
Si la riqueza de una nación es la suma la riqueza de cada uno de sus habitantes, el honor y la respetabilidad de Honduras en el exterior es la suma del honor y la respetabilidad de todos los hondureños. De allí que cuando Xiomara apela a la Celac, Unasur y la ONU, denunciando un supuesto fraude electoral, infiere un enorme daño a nuestro país del que será difícil recuperarse en el cercano futuro.
Nosotros tenemos experiencia. Conocemos algo de la opinión que en el exterior tienen de los hondureños. He visto desde la suave sorna de los ticos, la risa discreta de los salvadoreños, la actitud de los académicos españoles hasta la opinión de los uruguayos y los argentinos. Por supuesto, no hay que generalizar.
Pero vale la pena, en esta hora en que los gobernantes, en vez de cumplir con los deberes que les imponen los cargos y les ordena la Constitución, denuncian un proceso electoral que no ha terminado, buscando la forma de volver aceptable en la comunidad internacional un artificial vacío constitucional que provoque un golpe en contra del Estado y la nación. Los estereotipos pesan mucho. Déjenme contarles.
Hace algunos años hice una consultoría en México junto con una colombiana, nacida en Canadá e hija de padre holandés. Me dijo riéndose: “dónde has visto un argentino humilde, un venezolano pobre, un colombiano honrado y un hondureño trabajador”. No me gustó y le dije: simples estereotipos. ¿No estoy haciendo el trabajo mientras tu esperas mi informe?
En otra oportunidad en Lima, Perú, me dijo un uruguayo: “tú no eres de Honduras, hablas mucho”. Es que soy hondureño del futuro, respondí.
En la RAE no caigo bien a algunos “españoles” por altivo, el tono de voz y la valentía con la que hago críticas a autores consagrados como Xavier Marías y Vargas Llosa. Marías escribió un artículo en “El País” que Carlos Flores ayudado por Rolando Kattan usó en mi contra para decir que no representaba bien al país, cuando no soy embajador, y no lo he sido nunca.
Vargas Llosa en cambio, cuando le critiqué partes de “La historia de Mayta”, me dijo que tenía razón: que debía respetar a los personajes.
Y es que la mayoría de los que van al exterior camina arrasando los zapatos. No ven de frente y hablan “bajito” como olanchano recién contratado en una finca de Lepaguare. Un mexicano en Texas, me dijo que era el primer hondureño educado que conocía. “La mayoría cuando hablan de diez palabras nueve son vulgaridades”, dijo. Esto último me sorprendió.
Ahora, cuando Xiomara y Redondo - la primera en una declaración desafortunada, como siempre, y el otro, en una vulgar manifestación oral en Puerto Rico - hablan mal de Honduras denigran sus instituciones y desprecian los logros alcanzados, me imagino la cara que ponen los oyentes.
Porque la primera obligación de un funcionario es representarnos bien, honrando a Honduras y cumpliendo con sus deberes y obligaciones. Esto no tiene nada que ver con la crítica que hacemos. Es nuestra obligación. No somos funcionarios públicos.
Y, además, dentro de la democracia es fundamental la participación del ciudadano, señalando problemas y aportando soluciones. Cosa que, en países como España, Chile o Argentina, son muy bien valoradas.
Los políticos extranjeros, los intelectuales serios, nos aprecian cuando en forma franca les decimos las cosas, sin mentiras; sin rodeos caninos que acostumbran algunos compatriotas de desviada columna vertebral.
Pero lo imperdonable es que en momento como el que atravesamos, oír a Xiomara hablando mal de un proceso electoral, donde es parte sin duda; pero que como gobernante está obligada a respaldar. Esto es además de incómodo, imperdonable.
Esta afirmación es tan cierta que por ello ocho de cada 10 electores votaron contra un Gobierno que no honra al país. Que hace daño a la imagen de Honduras.