He asistido a La Esperanza al Festival del Choro y el Vino. Se trata de una celebración excepcional planificada, dirigida y ejecutada por la sociedad esperanzana e intibucana con el fin de impulsar el turismo y la producción de esa región del país, tan olvidada durante décadas. Ahora pudimos llegar por una nueva carretera de concreto casi terminada, pues faltan unos cinco kilómetros, más su señalización. Había una llovizna pertinaz, pero la gente salió con sus paraguas a consumir el delicioso plato de los choros intibucanos, que se consideran una exquisitez de la cocina hondureña. Por eso su nombre científico es Amanita cesarea: es un plato para césares. Don Luis Landa, en su libro “Nociones de botánica” (1940), que reproduje en el Fondo Editorial de la UPNFM en 2003, los clasifica como “Agaricus campestris”. También los visitantes saborearon los vinos producidos con las frutas de la región. No son vinos, porque vino solo es el de uvas, los destilados intibucanos son licores, propiamente.
Francisco Nolasco, mi amigo en mi antañona La Esperanza, me dijo, con inocultable júbilo, que había en las calles, en el sitio de las ventas, un aproximado de veinte mil personas que consumieron y que mejoraron las finanzas de los negocios esperanzanos. La ciudad cuenta ahora con un importante movimiento comercial, ciertamente un poco mal organizado porque se requiere la intervención firme de las dos alcaldías para que la ciudad luzca mucho mejor. Hay muy buenas cafeterías, restaurantes que venden platos exquisitos y una oferta hotelera que va desde villas campestres hasta hoteles de muy alta calidad, capaces de absorber el gran flujo de visitantes que llega a la ciudad de las municipalidades gemelas.
El nuevo hotel y plaza turística de La Esperanza se llama Elithe Hotel y hay centro de eventos, ubicados en Paseo Kavala. La ciudad ha crecido enormemente, desgraciadamente sin un plan de desarrollo, y las nuevas calles son estrechas, pero se desarrollan nuevas urbanizaciones que tienen un alto nivel en su arquitectura. De paso, la palabra Elithe no está en el diccionario, y yo, como director de la Academia Hondureña de la Lengua, considero tarea nuestra preservar la pureza de nuestra lengua española, tal como nos lo dicta la Constitución. Debe llamarse Elite y tampoco Élite, como solemos decir.
Los indígenas tuvieron la posibilidad de ofrecer sus nuevos tejidos de llamativos colores y las artesanías de barro y hoja de pino, mas la de otros artesanos que llegaron de otras latitudes son de hermandad. La cultura se expresó con una exposición en la Casa de la Cultura, en donde una chica, Saraí Elzkon, nos presentó sus creaciones en el área de la pintura. Está muy joven, apenas una adolescente, y augura un crecimiento artístico porque sus trabajos expresan capacidad, creatividad y alto nivel estético.
Unas semanas antes fui invitado a una importante ceremonia en la que se celebraba el lanzamiento de dos libros de poesía de autores intibucanos y se felicitaba a un joven profesional por una condecoración que le ofreció el Gobierno de la república.
Los libros “El pasado me interpela”, firmado por Ipólito Zúniga, maestro director del Centro de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, y “El lobo percibe el pulso de Dios”, de Emín Navidad Rodríguez. Ambos libros recibieron presentaciones escritas por el poeta y editor Elvin Munguía, quien dirige Goblin Editores.
El evento se desarrolló en un salón de la universidad y estuvo lleno de maestros, alumnos y vecinos intibucanos y esperanzanos. Se trató de una muestra de que en esa hermosa ciudad también florece con gran vigor, con el mismo de los durazneros, la poesía como forma de exquisita expresión estética. Ojalá estas producciones lleven a los esperanzanos e intibucanos, principalmente a los jóvenes, a apartarse de la adicción patológica al celular y sumergirse en la lectura, sobre todo de la poesía que escriben los paisanos intibucanos, pues Intibucá ha gozado de una buena literatura desde que Arturo Mejía Nieto publicó sus cuentos en Buenos Aires.
En esa misma ceremonia, el joven ingeniero y poeta Emín Rodríguez recibió el reconocimiento de la sociedad intibucana por haber obtenido la Orden Morazán de la Secretaría de Educación del Gobierno de la República, que reconoce sus aportes, durante 10 años, a los Institutos Técnicos Comunitarios y en la reforma de los currículos de las escuelas agrícolas y de aquellas que tienen componentes de agricultura. Felicitaciones a los dos amigos.
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