Y bueno, aquí vamos, a pasos agigantados en pos de más y más tecnología.
Alexa, esta ya famosa asistente virtual, existe en los hogares norteamericanos desde hace aproximadamente una década; pero en los nuestros entró hace muy poco y su utilidad no se puede negar.
La familia entera se ve beneficiada con este sistema de altavoz inteligente alrededor.
Los chicos pueden acceder de manera más rápida a información que necesitan para sus tareas; por ejemplo.
Mamá le pide a Alexa que programe la alarma que le recuerde que el horno está encendido, que apague las luces, que suene aquella melodía de El Puma que recordó de repente o para no olvidar el capítulo de estreno de su tan esperada telenovela. Papá, por su parte, puede enterarse de los resultados del fútbol aun con la TV apagada y el celular descargado. Asimismo, puede también consultar el clima en Nueva Zelanda (solo por curiosidad, ya que él definitivamente no se encuentra por esos rumbos ese día), igualmente averiguar eso que la catedrática acaba de preguntar, al tiempo de que pone su micrófono en silencio mientras recibe su clase vía Zoom.
En conclusión, Alexa es una maravilla.
Pero no todo es color de rosa y hay algunas cosillas que podríamos tomar en cuenta si ya hemos hecho un espacio para esta auxiliar artificial en casa.
Una de ellas es que los más pequeños se pueden acostumbrar a pedir las cosas de manera arbitraria si no les ayudamos a entender que con las personas, en la vida real, se deben usar los buenos modales. Y hablando de esto, los adultos estamos en riesgo de tener dificultad para distinguir lo verdadero de lo que no lo es, si insistimos en vivir inmersos en un mundo virtual todo el día, todos los días.
Por último, y aunque nos hayamos asegurado de desconectar los micrófonos de este dispositivo, si vamos a tener una plática comprometedora en “su presencia”, desconectemos desde la pared... solo por si son peras o son manzanas.