En el libro de Éxodo, la Biblia habla de una cortina. Esto dice: “Haz también una cortina de tela morada, tela azul, tela roja y tela de lino fino. Ordena que un artista borde en ella dos querubines. Ponle ganchos de oro, y cuélgala de cuatro postes de madera de acacia recubiertos de oro. Cada poste debe tener una base de plata.
Esta cortina servirá para dividir el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Detrás de esta cortina estará el Lugar Santísimo, y allí pondrás el cofre del pacto con su tapa” (26:31-34, TLA).
Si se fijó, la función de la cortina era separar dos lugares dentro del edificio destinado a la adoración del pueblo hebreo. El Lugar Santísimo sería el espacio donde se manifestaría la presencia de Dios. En él podía entrar el sumo sacerdote únicamente bajo instrucciones especiales.
Cualquier error o infracción a esas instrucciones resultaría en muerte. “Hazle saber a tu hermano Aarón —le dijo Dios a Moisés— que el Lugar Santísimo, en la parte interior del santuario, es un lugar muy especial. Allí acostumbro aparecerme, sobre la parte superior del cofre del pacto. Por lo tanto, Aarón no debe entrar allí en cualquier momento, pues podría morir cuando yo me aparezca” (ver Levítico 16).
¿Qué aconteció tiempo después? Así lo relata la Biblia: “Jesús lanzó otro fuerte grito, y murió. En aquel momento, la cortina del templo se partió en dos, de arriba abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron” (Mateo 27:50-51, TLA). Esa cortina que se partió en dos, querido lector, es la misma cortina mencionada arriba, es decir, la cortina que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. ¿Qué significa eso? Que ahora todos podían acercarse confiadamente al trono de Dios sin miedo a morir. Por la obra de Jesús en la cruz, usted y yo podemos entrar hoy a pedir perdón y a degustar de la presencia de Dios con la seguridad de una vida eterna. ¿No le parece grandioso?