Un refugio diseñado para que las mujeres puedan llorar a moco tendido con la ayuda de películas y libros lacrimógenos. Son las 'habitaciones del llanto', la última apuesta hotelera en la capital de Japón, un país donde expresar sentimientos es casi un tabú.
Estas estancias del Mitsui Garden de Yotsuya, un céntrico hotel cuatro estrellas en Tokio, invitan a las inquilinas a aliviar sus problemas a través del llanto. Su reclamo es una modesta estantería en la que encontrarán lo necesario para llorar hasta quedarse satisfechas.
Pasar la noche en una de estas 'habitaciones del llanto' cuesta entre 83 dólares y 167 dólares, dependiendo del tamaño del dormitorio. La estancia cuenta con una selección de 12 películas entre las que se incluyen éxitos de taquilla como 'Esencia de mujer' (Scent of a Woman, 1992) o 'Forrest Gump' (1994), además de filmes asiáticos de corte romántico.
Con el objetivo de ayudar a las inquilinas a escoger la obra idónea para desahogarse, la habitación incluye una guía con un cuestionario sencillo para determinar si lo más adecuado es ver una película romántica o mejor una que trate sobre la amistad.
Los japoneses, hombres y mujeres, suelen tener dificultad para expresar sus sentimientos. En un país en el que muchos se rigen por la filosofía del 'Honne' (lo que uno realmente piensa) y el 'Tatemae' (lo que uno dice públicamente), dar rienda suelta a las emociones puede considerarse algo vergonzoso.
La 'Nakeru heya' surgió como una alternativa para la mujer moderna, azorada por compatibilizar el trabajo con la vida personal y social, un espacio en el que 'desahogarse y dar rienda suelta a las lágrimas para liberar el estrés', explica Azusa Mugi, portavoz del hotel.
Por supuesto, tan importante como que sus clientas se desahoguen es que una vez hayan dado rienda suelta a sus sentimientos, tengan un descanso reparador.
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Por ello, la habitación incluye un set de belleza con parches calmantes para rebajar la tensión de zonas como el cuello, un antifaz de noche perfecto para que desaparezcan las bolsas de los ojos tras una buena llorera y, por supuesto, un enorme cantidad de pañuelos desechables.