05/12/2025
12:57 PM

Niños quieren escapar de la pobreza con la 'magia”

San Pedro Sula, Honduras.

Allan (8 años), Geovany (11), Alexis (7), Fernando (10) y Cristian (13) no saben nada de magia, pero con el pequeño truco de ilusionismo que aprendieron les basta para atrapar la atención de decenas de conductores de vehículos y ganar casi un salario mínimo al mes.

Mientras los malabaristas de machetes y bolas de cristal (adultos, en su mayoría) se propagan por la ciudad, estos cinco niños han convertido una de las esquinas del bulevar del hospital Mario Rivas en su propio escenario.

Todos los días se instalan en este punto. Esperan que la luz del semáforo cambié de verde a rojo e inmediatamente entran en acción. Se colocan frente a cada vehículo y, ante la mirada absorta de los conductores, Allan, Geovany, Alexis, Fernando y Cristian alzan sus manos, las exhiben, las agitan y luego por, aparente arte de magia, aparecen y desaparecen pequeños pañuelos rojos.

Foto: La Prensa



“Cuando no hay luz (energía eléctrica) no trabajamos porque no sirven los semáforos”, dijo Allan, quien cursa el primer grado y siempre es acompañado por su hermano Alexis.

Los espectadores que desconocen el truco quedan estupefactos cuando los niños, repentinamente, disipan los pañuelos y, en cuestión de segundos, los vuelven a mostrar creyéndose verdaderos magos.

Pobreza

Los cinco niños, que viven en comunidades de la periferia del noroeste de la ciudad, están convencidos de que “hacer magia” es su trabajo, y por medio de esta actividad captan dinero para comprar baleadas, helados y otros objetos que sus padres, por condiciones de pobreza, no les pueden proveer.

Algunas de las madres de ellos lavan ropa, sus padres trabajan como jornaleros. El dinero que perciben solamente les permite sufragar los gastos elementales de sus modestos hogares que se encuentran en zonas controladas por pandillas.

“Aquí nosotros hacemos pisto (dinero) para llevar a la escuela, ganamos 100, 200, 300 al día. Venimos todos los días a trabajar”, dijo Allan.

Foto: La Prensa



A todos ellos les llama la atención la magia. Todos quieren convertirse en magos cuando estén grandes, pero no saben a dónde ir para aprender. Según ellos, el truco del pañuelo lo aprendieron en la calle, y sus maestros han sido payasos que han visitado sus comunidades.

“Nosotros venimos a trabajar aquí porque somos pobres. Mi mamá lava ropa y mi papá trabaja en cosas de electricidad (…). Vivimos en una casa de madera que queremos arreglar, los tres vamos a poner pisto (dinero) para arreglarla”, dijo Cristian.

Cristian, con 13 años, es de los cinco niños prestidigitadores el más elocuente. Sueña con estudiar en la universidad o convertirse en mago para no seguir viviendo en la comunidad donde ahora reside porque, considera él, “es muy peligrosa”.

“En la noche escuchamos tiros (disparos). Hasta chiflan los tiros cuando pasan por la casa. Un día hallé botada una pistola y disparé. Le pegué a un árbol y a un pájaro. Se me movía la mano, pero no mucho”, relató Cristian.

Foto: La Prensa