Antártida
Se acerca el invierno y, como muchos científicos apostados en la Antártida, Bogdan Gavrylyuk está deseoso de volver a casa.
Ha pasado un año desde que el geofísico ucraniano de 43 años asumió este último destino, donde se ha dedicado a monitorizar fenómenos climáticos en una isla frente a la Antártida occidental.
“Todo el mundo siente nostalgia. Todos tenemos una familia o una novia y, por supuesto, los extrañamos”, dice.
“Pero hay trabajo por hacer aquí”. Gavrylyuk abandonó la estación de investigación Vernadsky a principios de abril. Llegó entonces su reemplazo, antes de que el mar se congelara.
Los científicos califican la Antártida como la última zona virgen de la tierra. Para algunos, es además un paraíso de cooperación internacional. Allí residen miles de investigadores y técnicos de varios países que comparten territorio bajo el Tratado Antártico.
En la oficina de Gavrylyuk, las pantallas de las computadoras muestran gráficos de datos de los instrumentos meteorológicos desplegados a lo largo de la base azotada por el viento. “Compartimos mucha información importante e interesante entre los diferentes países antárticos”, dijo.
“Datos de la capa de ozono, información meteorológica, información geofísica... todos los países aquí hacemos lo mismo”. También mostró un par de teclados con los que toca rock en su tiempo libre.
“Tengo una guitarra, una flauta, una armónica, los teclados. Me ayuda a relajarme cuando trabajo duro en mi proyecto”.
En la Antártida hay científicos de varios países.
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La Antártida es un continente aislado; los vuelos son pocos.
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Ciencia y paz
Los diplomáticos atesoran el Tratado Antártico que ha gobernado este continente desde 1959.
“Se ha mantenido por más de 50 años. Nos mantiene unidos por la ciencia y por la paz”, dice Ray Arnaudo, un exalto funcionario del Departamento de Estado estadounidense para la Antártida.
“Si extendemos las fronteras de la Antártida cinco grados cada dos años, en 50 años habría paz mundial”, comenta.
“Algunos dicen que soy un soñador”. Pero cuando se trata de proteger la región, el Tratado Antártico es víctima de la política internacional que reina fuera de sus heladas costas.
“La Antártida ha sido, tradicionalmente, un lugar donde la gente es capaz de cooperar más de lo que lo haría en otros asuntos. No obstante, hay muchas tareas pendientes”, dice Claire Christian, actual directora de la Coalición para la Antártida y el Océano Austral, un grupo de organizaciones medioambientales sin fines de lucro.
Gobernada por Gran Bretaña hasta que fue vendida a Ucrania en 1996, la base Vernadsky fue una de las estaciones cuyas mediciones atmosféricas revelaron el debilitamiento de la capa de ozono en los años ‘80, contó Gavrylyuk.
Ahora el foco está en el cambio climático. La temperatura de la península occidental de la Antártida aumentó 3% en promedio durante el último medio siglo, según grupos medioambientales.
Estas organizaciones esperan que la comisión medioambiental del Tratado Antártico acuerde una serie de medidas que protejan el continente. “Hay muchos obstáculos políticos”, dijo Christian. “Ha sido dificultoso por ejemplo para países de la CCAMLR acordar las áreas marinas protegidas”.
En la estación argentina Almirante Brown, la bióloga Rocío Fayo y sus 10 colegas viven una vida aislada.
“Acá en Brown en particular no hay antena Internet, así que el grupo tiene una unión muy fuerte”, dijo Fayo, de 31 años, bajo el cielo gris de la Bahía Paraíso, fuera de la cabaña de madera rojiza donde duerme el equipo. “Hemos subido varias veces a la cima”, contó. “Subimos, escalamos, y nos tiramos con la cola en la nieve a velocidad. Nos divertimos, está bueno”. EFE
Fayo ha pasado el verano estudiando las microalgas.