Pocas horas antes de expirar, Kathia invitó a su esposo Alfonso a cenar en su habitación. Había tenido una leve recuperación que parecía reavivar la llama de una vida que se resistía a apagarse. Pidió a la enfermera uno de sus platos favoritos: puré de papas con “sundae” de caramelo de postre, que saboreó con deleite hasta la última pizca, recuerda Alfonso Medina.
Aunque siempre confió en que su enfermedad no era de muerte, Kathia no dejaba de pensar en cómo quedarían su esposo y sus hijos José Andrés y Valeria, en caso que ella faltara.
El calvario de Kathia terminó el pasado 26 de agosto luego que su esposo la ingresó en una clínica privada, desesperado porque un cáncer de mama complicado tenía en cero todas sus defensas.
No obstante que los médicos le advirtieron que era poco lo que podían hacer por ella, Alfonso insistió en dejarla internada. “Tal vez los médicos querían ser sinceros conmigo para que no gastara en vano, pero a mí solo me interesaba su vida”, dice.
La canalizaron y le pusieron medicamentos y, como si Dios la hubiese tocado, la paciente comenzó reaccionar favorablemente. Los mismos doctores se asustaron cuando comprobaron que todo estaba bien mientras tomaban sus signos vitales.
Después que cenó con Alfonso a eso de las nueve y media de la noche de aquel sábado, le dieron un tranquilizante y se durmió. No volvió a despertar porque el domingo por la madrugada entró en estado de coma. “A medida que avanzaban las horas iban bajando sus signos vitales hasta que en horas de la tarde de ese día murió”.
Historia de amor y valentía
Alfonso y Kathia se habían conocido en una cena de cumpleaños en la colonia Aurora. Dice él que la chica lo impresionó desde que se la presentó el anfitrión de la fiesta quien era amigo de ambos”. “Me gustó su sinceridad y sus principios basados en el temor a Dios. Comenzamos a salir y a conocernos”.
Relató que a los tres años de andar de novios decidieron casarse. El 27 de septiembre de 1997 fue la boda por lo civil y el 4 de octubre nos casamos en la iglesia Santa Cruz de la colonia Tara”, recuerda.
Los hijos no llegaron de inmediato a formar el hogar. “Disfrutamos tres años de matrimonio para conocernos más y afianzar nuestra relación”.
Vinieron momentos difíciles porque Alfonso se quedó sin trabajo y se vio obligado a emigrar a Estados Unidos, dejando a su esposa embarazada en casa de una tía de ella.
Por ese tiempo Kathia ya había pasado por un periodo doloroso tras ser operada de un tumor maligno en la glándula tiroides, en el hospital San Felipe de Tegucigalpa. Luego fue sometida a quimioterapias con cobalto en la Liga Contra el Cáncer. “Todo eso lo soportó con valentía, aunque a veces no quería saber ni de ella misma”.
Estando trabajando en Estados Unidos, Alfonso recibió un mensaje de voz en el teléfono de la familia donde vivía: “Llámame, el parto se puede adelantar”, decía la voz de Kathia.
Los médicos querían la autorización del marido para practicar la cesárea porque sería una operación riesgosa y él quería estar presente en el nacimiento del niño.
Sin embargo, los vuelos estaba saturados por el reciente derribamiento de las torres gemelas en Nueva York, así que dio la autorización por teléfono y llegó hasta 13 días después de haber nacido José Andrés.
No era recomendable que Kathia tuviera más hijos porque sus embarazos eran de alto riesgo.
Sin embargo, Valeria vino al mundo en el 2004 contra todos los pronósticos y métodos de planificación. Vinieron altibajos en el estado de salud de la madre que se convirtieron en crisis en el 2010 cuando se le detectó un derrame pleural, una acumulación de líquido entre los pulmones y la membrana que lo recubren.
Casi en forma simultánea le detectaron el nódulo maligno en el pecho derecho que los cirujanos tardaron en extirpar porque tuvieron que extraer primero el líquido de los pulmones mediante un largo y doloroso proceso.
Debido a esa tardanza el cáncer reapareció y no fue posible eliminarlo ni con las intensas y terribles quimioterapias que precedieron al desenlace ocurrido horas después que los esposos tuvieran su última cena juntos en el cuarto de la clínica privada.
Fundación tendrá nombre de ella
Cuando los amigos de Kathia se enteraron que estaba padeciendo de un doloroso cáncer, decidieron darle no solamente su apoyo moral sino también económico mediante una agrupación que llamaron “Una mano amiga”.
Vicente Cantillano fue el primero que se interesó en la salud de su amiga cierta vez que la vio salir de la iglesia completamente demacrada. No le dijo nada, pero después la llamó para preguntarle como se sentía. “Dios me dijo que te llamara y que te apoyara, porque Alfonso ya no puede con el tratamiento”, sonó la voz de su amigo y excompañero de la universidad.
Luego de esa conversación Vicente llamó a sus amigos para presentarles el proyecto en el que también involucraron a Alfonso.
“Comenzamos con una venta de carne asada que resultó un éxito. Todo se hizo con donaciones”, recuerda Alfonso.
La siguiente actividad fueron los botellones en el peaje del sur para recaudar ayuda. Luego vino un bingo y por último una Maratón de cinco y diez kilómetros que ella no pudo ver porque ya estaba postrada. Fue el 12 agosto.
Las actividades no se detuvieron con la muerte de Kathia. Con el consentimiento de Alfonso los integrantes del grupo decidieron ayudar a otras personas que sufren la terrible enfermedad.
También le pidieron su parecer al adolorido esposo, para que el grupo se convierta en una fundación con personería jurídica que llevaría el nombre de Kathia Marisol Miralda de Medina. Un abogado ya está trabajando en el proceso de fundación.
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