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Kirk Douglas llega a 96 años

  • 01 diciembre 2012 /

El padre de Michael Douglas, a quien heredó su legendario hoyuelo, cumple 96 años el 9 de diciembre.

    Kirk Douglas sigue vivo. Con 96 años y medio cuerpo paralizado, aunque con el sentido del humor siempre a punto, quien fuera “el hijo del trapero”, pero acabara protagonizando títulos fundamentales como Espartaco o The bad and the beautiful, es historia viva del séptimo arte.

    Kirk es quizá junto a las hermanas Olivia de Havilland y Joan Fontaine uno de los pocos supervivientes de toda una época, la de Hollywood dorado. Época de contratos de vinculación a uno u otro estudio, de absorción de talentos europeos escapando de los totalitarios europeos y de profusión de ilustrados cineastas al servicio de un arte todavía joven.

    Issur Danielovitch Demsky nació en Amsterdam, Nueva York, el 9 de diciembre de 1916. Su nombre deja entrever la sangre que corre por sus venas (su familia era rusa judía) y creció en un gueto de pobreza con su humilde padre.

    “El hijo del trapero”, como se autodenominó en su biografía, antes de rentabilizar en el cine su poderoso físico, subrayado por el famoso hoyuelo que heredaría su hijo Michael, se destacó en el deporte. El futuro Espartaco compitió en lucha libre en la Universidad de Saint Lawrence, lo que le ayudaría a conseguir la beca para estudiar arte dramático.

    Sus primeros pasos

    Racial, agresivo, con un trasfondo tierno y con aptitudes más que destacables, radicalizó aún más su aspecto al enrolarse en 1941 en la Marina estadounidense para luchar en la Segunda Guerra Mundial y, con el fin del conflicto, llegó moldeado como un hombre arrebatador.

    Era en una época en que Hollywood sustentaba sus grandes melodramas en fuertes caracteres femeninos y Douglas no tardó en servir de apoyo a una de las grandes divas, Barbara Stanwick, en The strange love of Martha Ivers, de igual manera que su rostro inquietante le propició una gran oportunidad en el cine negro de Out of the past, de Jacques Tourneur, o en la comedia elegante de A letter to three wives.

    Las tres películas han sobrevivido en el tiempo, pero en ellas Douglas solo era un secundario olvidable. Sin embargo, su primera gran oportunidad llegaría con una película hoy más olvidada: Champion, donde se metió en la piel de un boxeador escultural al que el éxito acaba derruyendo. Así llegaría su primera nominación al Óscar y la primera piedra para construir una de las carreras más sólidas del momento.

    En la piel de Van Gogh

    Vincent Minelli acababa de ganar el Óscar a la mejor película por Un americano en París y estaba considerando un director de cine ligero, tirando a cursi.

    Casado con Judy Garland y con una homosexualidad que era un secreto a voces, se encontró con Kirk, que acababa de trabajar con Billy Wilder en Ace in the hole, y desató el lado menos lúdico, pero quizá más brillante de su talento.

    Así llegó The bad and the beautiful, cáustico retrato de la industria de Hollywood, obra maestra absoluta del melodrama, prodigio de glamur y de inteligencia en el guión que acercó al Óscar de nuevo a Douglas.

    Repitieron en Tres amores, pero sobre todo con Lust for life, el apasionado y apasionante retrato biográfico de Vincent van Gogh, contagiado por las atormentadas pinceladas del genio holandés, al que Douglas encarnó en la que probablemente fue su mejor interpretación.

    Tercera, última e infructuosa nominación para el actor, que aún cerraría una cuarta colaboración con Minnelli en Two weeks in another town, reverso todavía más oscuro de The bad and the beautiful.

    Camino al éxito

    Con el prestigio adquirido al lado de Minnelli, Douglas despegó como actor dramático y empezó a protagonizar grandes éxitos en todos los géneros: en la aventura, se acercó a Julio Verne en 20,000 leagues under the sea; fue uno de The vikings, junto con Tony Curtis (con la que ganó un premio de interpretación en San Sebastián); se dio al western con Burt Lancaster en Gunfight at the O.K. Corral y, por supuesto, se convirtió en el esclavo Spartacus.

    Esta película iba a ser dirigida por Anthony Mann, pero Douglas, que era productor ejecutivo, sacó su lado más tiránico y lo despidió para poner a Stanley Kubrick, con el que se había llevado estupendamente en otra de sus obras maestras en esa década, Paths of glory. Douglas se convertía así en uno de los mejores actores y protagonizaba algunas de los mejores filmes de su tiempo.

    Los años 60 fueron menos generosos para Kirk Douglas. Menos películas y más irregularidad y, sobre todo, títulos que, si bien no eran nada desdeñables, ha sido el tiempo el que los ha revalorizado.

    Seven days in may, con el brío político de John Frankenheimer; The agreement, de Elia Kazan; o There was a crooked man..., el irónico western de Joseph L. Mankiewicz, ilustran esta década tras la que empezó su declive.

    Pero Kirk Douglas sigue, resiste. Cumple ahora 96 años y alimenta las sospechas de que quizá sea eterno.