América Latina atraviesa por la mayor ola de protestas en años, en momentos en que la desaceleración de la economía choca con una población cada vez más exigente que pide mejores resultados de sus líderes democráticamente electos.
Decenas de personas resultaron heridas y fueron arrestadas en Brasil el pasado fin de semana, cuando miles de manifestantes salieron a las calles el Día de la Independencia en una continuación de las protestas masivas que sacudieron al país en junio. Asimismo, decenas de miles de personas marcharon por las calles de México para protestar contra los planes del gobierno de reformar la educación pública y el sector energético, que es controlado por el Estado.
Las manifestaciones responden a una variedad de temas puntuales, desde un aumento en las tarifas de autobús en Brasil al libre comercio en Colombia, pero en algunos casos se han transformado en grandes demostraciones de rechazo por parte de grupos y clases sociales difusas.
Las manifestaciones podrían ser una prueba clave para los gobiernos de algunas de las mayores democracias
de la región.
En un momento en que el crecimiento se enfría, los líderes deben encontrar formas de calmar el malestar sin gastar grandes sumas para solucionar los problemas, ni dar marcha atrás en promesas de reformas, dijo Michael Siete, presidente del Diálogo Interamericano, un centro de estudios en Washington, D.C. “Es un terreno
virgen para estos gobiernos”, indicó Shifter. “Deben ser firmes sin ir demasiado lejos, pero tampoco ceder ante todo, que es una receta para una agitación prolongada”.
El descontento coincide con una desaceleración de las economías más sólidas de la región después de casi una década de crecimiento acelerado. El auge catapultó a millones de personas a la clase media y elevó las expectativas de todo, desde la honestidad de los políticos a las reparaciones de las carreteras. Pero el dinero asiático que ha comprado cobre, petróleo y otras materias primas que exporta la región ha disminuido.
El probable fin del crédito fácil en Estados Unidos también ha debilitado a las monedas latinoamericanas frente al dólar y mermado las ganancias de las empresas. En las últimas semanas, las protestas también se apoderaron de
Bogotá, donde decenas de miles de personas de distintos grupos se manifestaron a favor de los pequeños agricultores del país. El movimiento creció hasta convertirse en una expresión del malestar general con el
libre comercio y el gobierno, lo que llevó a violentos enfrentamientos con la policía. “Sufrimos porque no tenemos la tecnología para competir con países como Estados Unidos y Corea”, sostuvo Cayana Forero, una estudiante de 19 años, al explicar por qué salió a las calles del centro de la capital colombiana.
Ciudad de México, a su vez, está sitiada por miles de maestros en huelga. Los docentes bloquearon caminos, incluido el acceso al aeropuerto internacional, y causaron escenas de caos.
Caracas también está enmarañada por hasta cinco protestas diarias, a medida que la gente expresa su descontento con el gobierno del presidente Nicolás Maduro. Los manifestantes también se reunieron en Lima y Buenos Aires, en algunos casos golpeando cacerolas en una tradicional cacofonía de desobediencia civil. “Estas protestas no se pueden pasar por alto”, indicó Carl Meachan, director del Programa para América del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, en Washington.
No todos los manifestantes tienen demandas financieras. Los agricultores colombianos, por ejemplo,
buscan una reforma agraria y algunosgrupos nacionalistas mexicanos se oponen a la inversión extranjera en el sector de hidrocarburos. Pero los economistas indican que, de todos modos, los líderes están bajo presión para aumentar el gasto, o reducir impuestos, para concretar una solución rápida que restablezca el orden.
El presidente mexicano Enrique Peña Nieto presentó el domingo una reforma tributaria que eleva los impuestos a los ricos, pero no contempla un alza al impuesto al valor agregado que habría provocado el rechazo de los más pobres.
También prometió aumentar la inversión para reactivar la economía, elevando el déficit fiscal a 1,5% del Producto Interno Bruto para el próximo año.
Cualquier señal de exceso de gastos en medio de la actual desaceleración podría encender una alerta entre los inversionistas y reducir el apetito por la deuda de esos países, advierten los economistas.