El séptimo Mundial, celebrado en Chile, pasó a la historia por el pobre fútbol exhibido y la escasa asistencia de público, pero sobre todo porque Brasil consiguió su segundo campeonato consecutivo. No pudo contar con Pelé, que se lesionó pronto, pero tenía a Garrincha.
Chile 62 comenzó a fraguarse en 1954, después de que se decidiese que tras Suiza 54 iría Suecia 58. Las airadas protestas de Sudamérica sólo permitían que el Mundial de 1962 cruzase el Atlántico.
Tras Uruguay 30 y Brasil 50 todo apuntaba a Argentina, que ya se había sentido ninguneada cuando a Italia 34 sucedió Francia 38, pero Chile realizó una gran campaña de promoción coronada con la arrebatadora exposición ante el congreso de la FIFA en 1956 de Carlos Dittborn.
Argentina presentó primero y su representante culminó su discurso con una certeza: “Lo tenemos todo. Podemos organizar el Mundial mañana”. Dittborn, que murió meses antes del torneo, se superó al día siguiente y llegó al corazón de los dirigentes con su alegato final: “No tenemos nada, y por eso debemos tener el Mundial”, dijo, en una frase que se convirtió en el lema del torneo.
Los preparativos fueron; sin embargo, los más duros de la historia. El país entero necesitaba actualizar sus infraestructuras de estadios, carreteras, urbanismo, transporte y telecomunicaciones, y cuando en ello estaba llegó un devastador terremoto para destrozarlo casi todo.
El sismo ocasionó 50 mil muertos, y destruyó las sedes de Valdivia, Talca, Concepción y Talcahuano, mientras que Antofagasta y Valparaíso tuvieron que renunciar a serlo por falta de fondos.
Sólo Santiago quedaba como sede, y el Mundial estaba en evidente peligro, pero los chilenos se unieron como nunca para sacarlo adelante. Viña del Mar y Arica lograron adaptar sus instalaciones, una empresa minera cedió su estadio en Rancagua, y hasta la FIFA aportó dinero para que el torneo se realizase.
Con todos los esfuerzos que realizaron, los chilenos vieron con tristeza que la brillantez futbolística con la que tanto habían soñado no viajó hasta el país.
El panorama comenzó a nublarse con un peculiar sistema de clasificación.
Los eliminados de Europa tuvieron una oportunidad extra contra equipos africanos y asiáticos, por lo que en Chile sólo estuvieron presentes países europeos, sudamericanos y México como representante de la Concacaf.
Tras unos antecedentes grises, el torneo no levantó el vuelo durante la fase final, del 30 de mayo al 17 de junio de 1960. El fútbol físico importado de Italia mandó, y el espectáculo brilló por ausencia.
Buen ejemplo de ello fue la “batalla de Santiago” entre Chile e Italia. El partido de la primera fase que enfrentó a ambos conjuntos se convirtió en una auténtica guerra sin cuartel que terminó con dos italianos expulsados y otro con la nariz rota.
Las pobres exhibiciones sobre la hierba, unidas a los altos precios de las entradas, vaciaron las tribunas. La semifinal en Viña del Mar entre Checoslovaquia y Yugoslavia fue un cabal reflejo: 5,890 espectadores.
Como colofón, en el segundo partido de Brasil se lesionó la gran estrella, Pelé, que había maravillado en Suecia 58.
La ausencia del ídolo sirvió; sin embargo, para que la “verdeamarilla” presumiese de su inagotable cantera de artistas.
Entre todos ellos brilló con luz propia Garrincha. Las diabluras en los campos chilenos del héroe triste de las piernas arqueadas en Chile superaron la realidad y entraron en la leyenda.
Los que lo vieron juran que era “Dios reencarnado en futbolista”, pero hay pocos testimonios gráficos de sus hazañas en el Mundial 62.
Una fotografía del choque ante México habla por sí sola: Garrincha juguetea y dribla con el balón, rodeado por hasta ocho rivales.
Los brasileños no pasaron apuros en ningún momento para convertirse en los terceros bicampeones tras Uruguay e Italia. Sin derrotas, sólo cedieron un empate en la primera fase ante Checoslovaquia, a la que derrotaron sin problemas por 3-1 en una final que fue presenciada por 68,000 espectadores en el estadio Nacional de Santiago.
El público local vio al menos recompensados sus desvelos con la histórica tercera plaza de su selección. No tenían nada, y el Mundial les aportó una actuación irrepetible de Chile y la magia de Garrincha.