A pesar que las posibilidades culinarias de la gelatina son aún muy desconocidas, éste no es un alimento nuevo.
Se sabe que ya se fabricaba en el antiguo Egipto y que fue el alimento que se utilizó para garantizar el aporte de proteínas a los franceses durante las guerras napoleónicas, aunque no se comenzó a comercializar como tal hasta la década de los años 50.
La palabra gelatina proviene del término latino “gelatus” que significa rígido, helado y sirve precisamente para eso, para dar consistencia y rigidez a los alimentos.
La gelatina es un alimento, no un aditivo, completamente natural, ya que no necesita de algún elemento químico para su transformación.
La gelatina de consumo humano se obtiene a partir del colágeno presente en la piel y los huesos de animales, generalmente de vacuno, bovino y porcino.
Esta sustancia está constituida por un 84 por ciento de proteína, 2 por ciento de sales minerales y un 14 por ciento de agua. Sin conservantes ni colorantes y exentas de colesterol y materias grasas.
Destaca su poder como espesante, pero lo más importante es la capacidad que tiene para mantener todo el sabor
¿Cómo se hace?
La gelatina resulta muy fácil de manejar y no es necesario ser un experto para atreverse a utilizarla.
Los pasos a seguir son muy sencillos: primero hay que ponerla a remojo en agua fría durante unos cinco minutos para que absorba el agua. A la vez hay que calentar el líquido que se desee espesar o gelificar.
Una vez caliente se le añade la gelatina, que ya habrá absorbido agua, y se calienta a fuego lento sin que llegue a hervir.
La gelatina para platos fríos, una vez que absorba el agua, se pone al baño maría para su disolución.
Se le añade una parte del líquido frío, se agita suavemente y a continuación se incorpora poco a poco el resto del líquido.
Se pone en un molde y se deja enfriar en el frigorífico entre 30 minutos y cuatro horas, según la receta.
Decoración
Puede acompañarla con galletas, pasas, alrededor también puede añadirle dulces.