Los carteles colombianos de la droga han tejido redes de apoyo logístico y refugio ocasional en islas y aldeas indígenas de La Mosquitia, una extensa y pobre región con escasa presencia militar y del Estado, según fuentes castrenses y de Inteligencia.
El jefe del Ejército, general Omar Halleslevens, expresó recientemente su preocupación por la creciente presencia del narcotráfico en la costa atlántica y alertó sobre la falta de recursos para combatirlo.
El Ejército sólo posee en la zona un helicóptero, algunas lanchas rápidas decomisadas a los narcos y pocos medios propios, según un experto en seguridad.
Otro factor que limita la vigilancia es “el sentimiento antimilitarista” de los indios miskitos, principal etnia local, desde los tiempos del régimen revolucionario sandinista (1979-1990), que los desplazó y persiguió por apoyar a los rebeldes ‘contras’ . Una de las bandas que ha logrado mayor incidencia es el Cartel del Valle del Cauca, que estableció una base en la aldea costera de Walpasiksa (‘piedra negra’ en miskito) consiguiendo colaboración de los lugareños, hasta que el Ejército la desarticuló en diciembre.
Familias de la localidad, donde viven unos mil miskitos, ayudaron a los narcos a esconder la droga que llegaba en avionetas, que luego era trasladada en lanchas hacia la costa hondureña rumbo a Estados Unidos, según reportes de expertos en seguridad.
La tarea era controlada por un colombiano que fingía ser nicaragüense que vivía en una casa grande de la aldea desde donde huyó luego de enfrenamientos con soldados que dejaron cuatro muertos en diciembre.
Según informes de Inteligencia, el colombiano dirigió un ataque a los soldados con ayuda de lugareños, quienes abrieron fuego contra una patrulla que llegó a investigar la caída de una avioneta cargada con cocaína y dinero.
El capo era como “el gobernador, el delegado del narcotráfico en la zona”, explicó el experto en seguridad Roberto Orozco, del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas. Los narcos habían comprado virtualmente a “toda la comunidad” Walpasiksa, a cuyas familias pagaban mensualmente honorarios por su colaboración, incluidos pastores de una iglesia.
En Nicaragua “los narcos no pelean territorios ni tienen pandillas” como en México, Honduras y Guatemala, donde las bandas de traficantes han disparado la violencia, sino que tratan de convivir con los lugareños.
La incursión de los narcos en el Caribe nicaragüense comenzó en los años 90, luego de que el Ejército se redujo de 90,000 a 14,000 efectivos al concluir la guerra civil, señaló Orozco. La retirada militar ofreció al Cartel de Cali la oportunidad de abrir una nueva ruta centroamericana hacia Estados Unidos.