Choloma, Honduras.
Ni sus amigos sospechaban que José Feliciano Vásquez andaba siempre una pistola “camiseada” porque nunca alardeaba de ella. Como exmilitar portaba oculta el arma por si tenía la necesidad de defenderse de la criminalidad que impera en el país. Esa ocasión se presentó mientras viajaba en un bus de la Citul y tres individuos intentaron asaltar a los pasajeros. El hombre sacó su 3.57 y mató a uno de los delincuentes, pero los otros dos le quitaron la vida y luego huyeron.
Siempre fue un héroe para su esposa y sus cuatro hijos por haber sido un esposo y un padre responsable; pero ahora lo es también para todas las personas que, a través de los medios de comunicación, se dieron cuenta que con su acción logró frustrar un asalto.
Cuando eso sucedió tenía solo dos meses de haber bajado del barco en el que trabajaba como técnico en soldadura para venir a pasar una temporada más con su familia residente en Baracoa, municipio de Puerto Cortés.
La mañana del cinco de julio viajaba como pasajero en la unidad de la Citul que lo transportaría de San Pedro Sula a Baracoa; pero
en Choloma la muerte le impidió llegar a su destino. Quedó reclinado a la izquierda en el primer asiento, a sus pies estaba también sin vida uno de los asaltantes.
Vásquez era maestre tres de la Base Naval de Puerto Cortés cuando conoció a una estudiante del Instituto Franklin Delano Roosvelt, quien con los años se convirtió en su esposa. Después de haber vestido el impecable uniforme de los navales por unos diez años, pidió la baja y se embarcó, pero no se olvidó de la familia ni de su terruño. En cuanto llegaba a un puerto lo primero que hacía era buscar un teléfono para preguntar por sus hijos (tres niñas y un varón); y si su barco tocaba tierra hondureña, acudía a casa para pasar una temporada con su gente.
Después que desembarcó la última vez se fue con su esposa a pasar una temporada a Miami, pero estando allá se desesperó por venirse de nuevo para Honduras. “Se moría por sus perros”, comentó una de sus tres hijas. Recordó que era muy hogareño, siempre hacía en la casa comida para todos, que él “inventaba”, en la que no podían faltar los frijoles. Aunque era un enamorado del mar, no era muy amigable con los mariscos.
Esa vez su esposa se quedó en Miami, con el compromiso de regresar el siete de julio porque el nueve él sería operado de la vista; pero “uno propone y Dios dispone” porque tuvo que viajar de emergencia a Honduras cuando le avisaron que el único hombre que había tenido en su vida había caído víctima de la violencia.
La última estadía de Vásquez en Honduras no fue muy afortunada. Estuvo internado en el hospital Mario Rivas de San Pedro Sula a causa de haber contraído el Guillain Barre, pero ya se estaba recuperando cuando le sucedió el percance que le costó la vida.
También estaba por operarse deuna catarata en el ojo derecho y ya le habían dado fecha en el hospital para la cirugía. Resulta que el centro asistencial, que no se dio cuenta de su muerte, quedó pregutando por él cuando ya le estaban rezando el novenario.
Le había dicho a su familia que solo daría una vuelta más en el barco y que luego regresaría a Honduras para quedarse en forma definitiva al lado de su esposa, tomando en cuenta que sus hijos ya hicieron su propia vida. Precisamente el día de su muerte venía de San Pedro Sula de hacer algunos trámites en la asociación de marinos a la cual pertenecía, sin presentir la tragedia.
Ni sus amigos sospechaban que José Feliciano Vásquez andaba siempre una pistola “camiseada” porque nunca alardeaba de ella. Como exmilitar portaba oculta el arma por si tenía la necesidad de defenderse de la criminalidad que impera en el país. Esa ocasión se presentó mientras viajaba en un bus de la Citul y tres individuos intentaron asaltar a los pasajeros. El hombre sacó su 3.57 y mató a uno de los delincuentes, pero los otros dos le quitaron la vida y luego huyeron.
Siempre fue un héroe para su esposa y sus cuatro hijos por haber sido un esposo y un padre responsable; pero ahora lo es también para todas las personas que, a través de los medios de comunicación, se dieron cuenta que con su acción logró frustrar un asalto.
Cuando eso sucedió tenía solo dos meses de haber bajado del barco en el que trabajaba como técnico en soldadura para venir a pasar una temporada más con su familia residente en Baracoa, municipio de Puerto Cortés.
El bus quedó en medio de la carretera después de los hechos.
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Vásquez era maestre tres de la Base Naval de Puerto Cortés cuando conoció a una estudiante del Instituto Franklin Delano Roosvelt, quien con los años se convirtió en su esposa. Después de haber vestido el impecable uniforme de los navales por unos diez años, pidió la baja y se embarcó, pero no se olvidó de la familia ni de su terruño. En cuanto llegaba a un puerto lo primero que hacía era buscar un teléfono para preguntar por sus hijos (tres niñas y un varón); y si su barco tocaba tierra hondureña, acudía a casa para pasar una temporada con su gente.
Después que desembarcó la última vez se fue con su esposa a pasar una temporada a Miami, pero estando allá se desesperó por venirse de nuevo para Honduras. “Se moría por sus perros”, comentó una de sus tres hijas. Recordó que era muy hogareño, siempre hacía en la casa comida para todos, que él “inventaba”, en la que no podían faltar los frijoles. Aunque era un enamorado del mar, no era muy amigable con los mariscos.
Fue un apasionado de las motocicletas desde que estaba en la Naval.
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La última estadía de Vásquez en Honduras no fue muy afortunada. Estuvo internado en el hospital Mario Rivas de San Pedro Sula a causa de haber contraído el Guillain Barre, pero ya se estaba recuperando cuando le sucedió el percance que le costó la vida.
También estaba por operarse deuna catarata en el ojo derecho y ya le habían dado fecha en el hospital para la cirugía. Resulta que el centro asistencial, que no se dio cuenta de su muerte, quedó pregutando por él cuando ya le estaban rezando el novenario.
Le había dicho a su familia que solo daría una vuelta más en el barco y que luego regresaría a Honduras para quedarse en forma definitiva al lado de su esposa, tomando en cuenta que sus hijos ya hicieron su propia vida. Precisamente el día de su muerte venía de San Pedro Sula de hacer algunos trámites en la asociación de marinos a la cual pertenecía, sin presentir la tragedia.
| José Feliciando Vásquez era un ferviente católico.
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