27/04/2024
11:14 PM

'San Pedro Sula no es como la describen”: misionero católico

El misionero Manuel Diez Borges se encuentra en la ciudad sustituyendo temporalmente a dos padres de la Iglesia Católica.

    El misionero Manuel Diez Borges llegó a San Pedro Sula, “la ciudad más peligrosa del mundo”, el pasado 27 de julio y, más que la violencia y el calor, destaca la fe y la devoción de los ciudadanos.

    La revista Ecclesia Digital publicó en su sitio web hace más de una semana la noticia de la llegada del misionero a Honduras: “Manuel, que es misionero claretiano, estará un mes en la ciudad más peligrosa del mundo, San Pedro Sula, Honduras, sustituyendo a dos sacerdotes misioneros españoles que se han tomado un merecido mes de descanso”.
    Sin embargo, para Diez Borges, la ciudad no es como la describen, ya que lo comprobó.

    El delegado de misiones de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, ubicada en Galicia, España, fue enviado a la diócesis de San Pedro Sula para sustituir por casi dos meses al párroco Saturnino Senis y al padre Raúl Najarro, quienes están de vacaciones.

    Diez Borgues dice que lo primero que pensó cuando le preguntaron si estaba dispuesto a viajar a San Pedro Sula fue decir que sí, pues estaba “dispuestísimo” a venir a ayudar a la feligresía.

    A diario, el misionero dedica tiempo sin reloj a atender a más de seis personas, que en su mayoría llegan por problemas familiares y de pareja.

    Confiesa que recién instalado en la ciudad lo más difícil fue acostumbrarse al clima caluroso de la capital industrial, además del gran número de indigentes que están afuera de la catedral San Pedro Apóstol.

    “Me costó acostumbrarme a que te pidan ayuda siempre. No me aprovecha la comida cuando sé que hay otros que no tienen para comer”.

    El sacerdote lamenta que en Honduras las personas carezcan de lo que, piensa, es esencial para el ser humano: el trabajo. “Muchos preferirían que, en vez de darles una bolsa de arroz o de frijoles, les dieran un trabajo. También se carece de seguridad, que es vital”.

    Sin embargo admira el respeto, la fe y devoción de los sampedranos por la religión y los representantes de la Iglesia. “No quisiera decir nada contra mi país, donde he recibido la fe de mis padres, pero en este momento en España y Europa lo espiritual está un poco en baja estima, hay muchísima más estima por el sacerdote aquí”.

    Asegura que esta ciudad no es como la describen en cuanto a inseguridad y lo comprobó cuando se fue caminando desde la catedral hasta la parroquia Guadalupe en la colonia Honduras.
    “Me fui a la parroquia de Guadalupe caminando, saltando encima de todas las precauciones que me dieron. Más que miedo, me da lástima ver tantas personas tiradas en las aceras, sin un hogar”.

    Servicio

    Durante siete años estuvo como misionero en la parroquia San Miguel Arcángel, en las afueras de Lima, capital de Perú, donde era el responsable de la proyección social de la iglesia. “Les dábamos pescado, pero les enseñábamos a pescar. Les enseñábamos a valerse por ellos mismos”.

    Esta es la segunda vez que el misionero visita San Pedro Sula. La primera fue en 2006, cuando llegó a la Santa Misión organizada por monseñor Ángel Garachana con motivo del décimo aniversario de su ordenación episcopal.

    El misionero prometió recomendarles a sus compañeros de España una experiencia de servicio sacerdotal en San Pedro Sula por ser una tierra fértil en lo religioso y espiritual. “El pueblo hondureño tiene una riqueza humana valiosa”.

    El calor no es obstáculo para su misión

    El misionero Manuel Diez Borges envió una carta a uno de sus compañeros en España, donde le relata su estadía en San Pedro Sula, la cual se publicó en un sitio web.

    “Llegué a San Pedro Sula el 27 de junio y aquí estaré, si Dios quiere, hasta el 20 de agosto. La mayor incomodidad de los primeros días fue la adaptación al clima. Un intenso calor húmedo que le hace a uno sudar continuamente.

    Ahora ya estoy más o menos adaptado; ya he asumido lo de estar sudando todo el día. Pero lo que más me hace sufrir no es el calor, sino ver la cantidad de gente pobre y de mendigos que no tienen techo, que duermen en las aceras en torno a la catedral donde estoy prestando mis servicios y sufro sobre todo cuando me piden algo de dinero y les respondo que no tengo; y la verdad es que sí tengo, pero no tengo para todos; y tengo que hacerme el duro, porque si cedo y le doy a uno, los demás se enteran enseguida y corro un grave riesgo de acoso permanente e incluso de agresión.

    El porcentaje de crímenes por robo, junto a otras causas, es muy alto y se mata simplemente por quitarle a uno la cartera, la bicicleta o el móvil. No obstante tanta pobreza y pérdida de valores en muchas personas -sobre todo adolescentes y jóvenes-, la mayoría de los hondureños son gente maravillosa, son muy cariñosos, sencillos, alegres.

    En medio de tanto dolor y sufrimiento no pierden la capacidad de sonreír y hacer fiesta. Lo que más nos llama la atención a todos los españoles que venimos aquí es su religiosidad, cómo rezan, cómo cantan, cómo toman parte activa en la eucaristía.

    Cuánta gente busca al sacerdote para confesarse, para hacerle una consulta, etcétera. En resumen: un español que venga a este país buscando espiritualidad seguro que la encuentra. Un sacerdote que venga a prestar un servicio religioso se considerará muy bien pagado simplemente por haber tenido la oportunidad de venir”.