De “soldados” hasta abuelos: la familia que fabrican la MS y Barrio 18

Jefes de hoy fueron los niños de ayer, unos cumplen más de 40 años en maras. De “banderear” a meter a su hijos y llegar hasta la cúspide. Revelamos cómo es su “familia”

De “soldados” hasta abuelos: la familia que fabrican la MS y Barrio 18
Jerarquía en las pandillas

San Pedro Sula, Honduras.

Tanto la Mara Salvatrucha como la Pandilla 18 han construido imperios a lo largo de las décadas, su estructura va mucho más allá de la violencia callejera, funcionan como organizaciones jerárquicas con economías clandestinas que generan millones de lempiras.

La mayoría de sus miembros emergen de barrios empobrecidos en San Pedro Sula y Tegucigalpa, zonas donde la falta de oportunidades convierte a las maras en una opción tentadora. Para muchos jóvenes, la entrada a estos grupos comienza en la adolescencia, cuando el hambre de protección, la necesidad de pertenencia y la ilusión del dinero fácil se convierten en anzuelos imposibles de ignorar.

El telón de fondo es un patrón repetitivo: la mayoría han abandonado la escuela o colegio, provienen de familias disfuncionales o enfrentan un presente sin perspectivas.

Las maras han sabido aprovechar esta vulnerabilidad, convirtiéndola en combustible para su maquinaria delictiva. Con el tiempo han diversificado sus fuentes de ingresos, consolidando un sistema económico paralelo que financia sus operaciones y las mantiene en constante expansión.

Las maras han diversificado sus contactos con sectores políticos y empresariales, obteniendo protección y recursos.

La Unidad de Investigación de LA PRENSA Premium accedió a fuentes cercanas a las operaciones de las pandillas en San Pedro Sula y por razones de seguridad estos expertos solicitaron el anonimato, pero su testimonio revela cómo funcionan las estructuras de estas organizaciones desde sus cimientos.

El primer escalón dentro de la Mara Salvatrucha lo ocupan los “banderas”. Se trata de niños y adolescentes de entre 10 y 15 años que fungen como vigilantes encubiertos.

De pie en esquinas estratégicas, con un teléfono en mano, parecen inofensivos, pero en realidad están atentos a cada movimiento. Su misión es clara: observar, reportar y alertar sobre cualquier actividad sospechosa en el territorio de la Salvatrucha.

Su reclutamiento no es casual, al ser menores de edad generan menos sospechas y, en caso de ser capturados, las faltas son leves o incluso inexistentes debido a su protección legal de niñez. Muchos de ellos han crecido en hogares marcados por la violencia, el abandono o la pobreza extrema.

A cambio de su lealtad reciben pequeñas recompensas: un teléfono, recargas, drogas o alcohol, pero el verdadero premio es la promesa de respeto, de miedo y de “brincarlos” (ascenderlos) en la jerarquía.

Normalmente monitorean actividades locales de policías, militares, posibles enemigos o de bandas contrarias. Están al pendiente de movimientos de personas ajenas en la zona y alertar sobre la presencia de vehículos sospechosos o que las operaciones de la mara no sean interrumpidas.

Mientras los “banderas” cumplen su labor de vigilancia, los líderes evalúan sus actitudes y habilidades para saber cómo pueden explotarlos. Si muestran reserva y astucia podrían recibir un encargo letal: su primer asesinato, es una prueba definitiva, el boleto de entrada a la hermandad de la mara.

Si, en cambio, se muestran violentos y sin escrúpulos, son asignados a las fronteras de los barrios y colonias en disputa, donde su resistencia es puesta a prueba durante enfrentamientos con grupos rivales.

Les encomiendan tareas como transportar droga en el mismo barrio o entre colonias, “y si llegan a ser capturados no importa, porque es parte del proceso”, afirmó a LA PRENSA Premium un líder religioso de la Rivera Hernández, quien lleva más de 30 años conociendo el funcionamiento de estas estructuras criminales.

“Si es un tipo agresivo lo dejan en las fronteras, son los puntos más calientes, para que vaya tomando territorio y para constatar que no le importa nada. Se necesita a alguien que no sea blandito, que sea duro, fuerte; allí está durante pleno período de prueba”, remarcó la fuente.

Se ha sabido que, a pesar de ocupar este puesto, aún hay miembros que no han sido ascendidos, incluso después de haber asesinado a cinco o seis personas. Antes, matar a alguien era suficiente para ganar reconocimiento y ser aceptado en la organización, pero ahora el proceso es más riguroso y los líderes observan con mayor detenimiento.

Por cada miembro capturado, hay decenas de jóvenes listos para tomar su lugar, impulsados por la falta de oportunidades y el control territorial que las pandillas ejercen en sus comunidades.

Según datos proporcionados por la Secretaría de Seguridad, entre el año 2015 y mayo de 2024 fueron capturados 2,546 menores de edad vinculados a organizaciones criminales. De estos, 1,546 pertencía a la Pandilla 18 y 811 a la Mara Salvatrucha.

Oficios del Ministerio Público apuntalan que fueron acusados 61 miembros de ambas estructuras entre el año 2015 y el mes de febrero de 2025, por cargos de secuestro agravado, tráfico de drogas, por de armas, extorsión, robo, asociación ilícita y otros.

Esquema interno

Los “compas” representan el siguiente escalón. Son miembros regulares y activos en la estructura, aunque aún sin un rol de liderazgo.

Su función es variada: venden droga, sirven de “mula” (transportan) de armas o de información y vigilan los territorios. Si bien no todos ejecutan asesinatos, pueden participar en ataques, torturas o golpizas.

Estos ya pueden opinar, ya son parte del club, reciben una orden y la cumplen a como de lugar. También identifican y convencen a jóvenes vulnerables para ingresar a este grupo.

De igual manera transportan dinero, comida o llevan información a sus compañeros dentro de las cárceles. Los “compas” son miembros activos, pero aún están en proceso de ganarse la confianza de los líderes para poder acceder a responsabilidades de relevancia.

Para llegar a niveles más altos, además de demostrar sus habilidades, hay un requisito ineludible: haber caído al presidio. Los llamados “bautizos” o ascensos dentro de la mara ya no se conceden en la calle, sino en la cárcel. La razón es simple: quien ha estado en pisión conoce la dureza del encierro y la importancia de la hermandad dentro de los muros. Al salir de las celdas ya no es un simple miembro: es un soldado con misión incluida.

Los “compas” son generalmente adolescentes o jóvenes adultos, entre 14 y 30 años, que ya han atravesado el proceso de iniciación en la mara y buscan consolidar su posición dentro de la estructura.

La mayoría de ellos no completó la escuela o la secundaria y crecieron en entornos marcados por la violencia, la pobreza extrema o el abandono familiar. Muchos han estado involucrados en delitos menores, como robos, asaltos o venta de drogas, además de ser consumidores.

Sus perfiles son evaluados de manera constante por los líderes para determinar su próximo rol dentro de la estructura.

Una vez que los mandos inmediatos definen su potencial, deciden, por ejemplo, si los formarán como gatilleros o roles afines. Estos son individuos que no cuestionan las órdenes, solo las cumplen. Se les proporciona casi siempre una arma corta, y cuando les asignan la tarea de vigilar ciertos espacios, les entregan armas largas, como AK-47, pistolas de 9 milímetros, .40 o rifles R-15.

Paralelamente existen los “tracas”, quienes pueden no estar directamente vinculados a la MS. Estos no reciben un salario fijo, su ganancia depende de la demanda de sus actividades y su principal tarea es vender drogas o realizar diversos negocios ilícitos.

Los “tracas” suelen ser jóvenes de entre 15 y 25 años, la mayoría de los cuales abandonaron la escuela desde temprana edad y provienen de hogares destruidos, marcados por la violencia, el abuso o la ausencia de los padres. Su perfil generalmente incluye experiencias en peleas, asesinatos o entrenamiento en el uso de armas.

Si demuestran eficiencia pueden ascender a roles como “palabreros” o encargarse del control de zonas específicas. En algunos casos se les asigna la jefatura de un “clic” (grupo operativo en un barrio) y tienen acceso a fiestas y excesos financiados por la MS.

Más arriba en la jerarquía, en la parte intermedia se encuentran los “soldados”, hombres curtidos en la violencia, con experiencia en asesinatos y otras actividades criminales.

Ellos manejan puntos de venta de droga, coordinan distribución y reclutan a nuevos miembros. Su lealtad es absoluta: la mara es su familia, su vida está dedicada a proteger y expandir su poder.

Se encargan de llevar a cabo asesinatos ordenados por los líderes de la MS en el país y hasta hace poco cuidaban a aquellos que les otorgaban el “brinco” en las calles.

Son individuos encargados de identificar a jóvenes con potencial para integrarse a la mara, a quienes entrenan en tácticas de combate, uso de armas y disciplina criminal. Tienen entre 16 y 35 años, la mayoría sin estudios o con educación incompleta, provenientes de familias disfuncionales o entornos marcados por la violencia.

Su pasado suele estar vinculado a delitos como robos, asaltos, secuestros y homicidios, además de ser adictos a diversas drogas y manejar armas de diferentes tipos.

“Este es un tipo que solo obedece, si le dicen matá a tu mamá o a alguien que cometió una falta, lo hace, pues dejan a su familia de sangre para unirse a la mara”, comentó el informante durante las declaraciones a este rotativo.

Los “ranfleros” ocupan un rol de mayor confianza y logística. Muchos de ellos han crecido en talleres de mecánica o han aprendido a conducir desde niños, lo que los convierte en los encargados del transporte de drogas, armas y personas.

Su tarea es fundamental: deben asegurar que las operaciones se lleven a cabo sin contratiempos. Conducen vehículos robados, a menudo camionetas Ford Escape.

“Es bueno para conducir, se encarga de llevar a los que harán la pegada (masacre). Conducir es una enorme responsabilidad, debe hacer que la vuelta funcione, y si hay un botín ellos reciben parte de lo que hay, si van a asesinar a alguien piden dinero para la familia”, agregó la fuente.

Este puesto se obtiene generalmente después de un año dentro de la MS. Los individuos en esta posición tienen entre 25 y 45 años, con escasa educación formal, normalmente habiendo completado solo la primaria o secundaria.

Provienen de familias disfuncionales o barrios marcados por altos niveles de violencia y pobreza, pero poseen un liderazgo natural y carisma que les permite ganar seguidores y mantener el control sobre su territorio. Estar en este rango implica mayores beneficios que en niveles inferiores, ya que cuentan con más poder y acceso a mayores recursos financieros.

Los gatilleros tienen un rol crucial dentro de la MS, son los encargados de ejecutar los asesinatos, enfrentamientos y ataques que mantienen el control territorial y refuerzan las reglas de la mara.

Su función es fundamental, pues son los que materializan los actos que sirven para imponer el poder, cumplir con la ley interna de la Salvatrucha y mandar mensajes a rivales o traidores. A cambio, reciben un porcentaje del dinero generado por sus acciones.

Aunque tienen la responsabilidad de llevar a cabo las órdenes, su trabajo no se realiza en solitario, actúan en coordinación con otros miembros de la organización, quienes les proporcionan las directrices sobre quiénes deben atacar o qué situaciones deben resolver.

Son jóvenes que nacen y crecen en entornos marginales, rodeados de amistades cercanas dentro de estas organizaciones. Su ingreso a las pandillas suele estar marcado por la falta de oportunidades y la fuerte influencia de su entorno, lo que los empuja a buscar poder, respeto y dinero dentro de la organización.

La mayoría tiene entre 18 y 30 años, y es común que se unan cuando son aún jóvenes, dedicándose a esta actividad conforme ganan experiencia.

Proveen de familias con antecedentes de violencia, pobreza o delincuencia. Muchos han vivido una infancia difícil, marcada por carencias emocionales y materiales, y su nivel educativo es bajo o inexistente, ya que no tuvieron acceso a una formación académica adecuada.

Los gatilleros ganan respeto y temor dentro de la organización, convirtiéndose en miembros clave gracias a su disposición para llevar a cabo actos de violencia. Su ascenso a este nivel no requiere más que un año dentro del grupo, tiempo suficiente para demostrar su lealtad y capacidad para cumplir las órdenes.

Más adelante están los “palabreros”, individuos con una autoridad considerable dentro de la organización, encargados de coordinar zonas y actividades. Se ganan su reputación por tener “palabra”, lo que significa que son personas influyentes, responsables de cumplir con compromisos importantes.

A ellos se les asigna un arma personal y, aunque su rol implica tomar decisiones y mantener el control, no están exentos de tener que ejecutar asesinatos cuando se les ordena.

Las intimidaciones y otras acciones violentas que llevan a cabo son consideradas pruebas graduales por parte de sus líderes, quienes observan de cerca su desempeño para determinar cuándo estarán listos para asumir nuevas responsabilidades.

Eventualmente se espera que los “palabreros” se conviertan en coordinadores de zonas, encargados de resolver problemas en los sectores, dar informes a otros de sus homólogos y gestionar tareas dentro de los centros penales, donde su poder y su influencia siguen creciendo.

Los coordinadores de zona son responsables de supervisar y dirigir las actividades de la mara en un área específica, lo que incluye el control de territorios y la venta de drogas.

Dentro de la estructura poseen “palabra”, lo que les otorga el poder de negociar y establecer acuerdos en nombre de la MS. En caso de conflicto entre pandillas, son los encargados de resolver la disputa o tomar decisiones sobre las acciones a seguir, siempre con la autoridad para actuar en representación de la organización.

También están en comunicación directa con los líderes superiores de la mara y con los de menor rango, facilitando la transmisión de órdenes. Tienen autoridad para imponer disciplina dentro de su área de control; es decir, si un miembro no sigue las reglas, pueden ser los encargados de imponer castigos.

Los “palabreros” suelen ser personas de entre 20 y 35 años, en su mayoría adultos jóvenes, pues este puesto requiere de experiencia y un historial comprobado de lealtad y habilidades organizativas.

Aunque gozan de poder dentro de la mara, cuando se trata de tomar decisiones de gran importancia siempre deben consultar previamente con los miembros más antiguos de la estructura.

Es común que los “palabreros” tengan un nivel educativo bajo o nulo, ya que su involucramiento en estas actividades comenzó desde jóvenes; sin embargo, han logrado ascender debido a su habilidad para negociar y coordinar operaciones de manera efectiva. Provienen en su mayoría de entornos marginales y de alto riesgo, con familias de bajos recursos o de zonas controladas por estos grupos.

Quienes logran ascender a este cargo disfrutan de diversas ventajas dentro de la mara gracias a su rol de liderazgo, son altamente respetados por su capacidad para coordinar operaciones y cumplir con los acuerdos establecidos, lo que les otorga un nivel de influencia que los coloca por encima de muchos otros miembros. Este respeto se traduce en una mayor protección dentro de su zona de control, donde su prestigio les da un estatus superior.

Su participación en actividades de mayor escala les brinda acceso a mayores cantidades de dinero, lo que fortalece aún más su posición dentro de la organización.

Los “palabreros” no solo tienen influencia, sino también tienen voz y voto en las decisiones clave sobre el manejo de los recursos dentro de la MS. Esto les permite estar involucrados activamente en la planificación de operaciones y en la distribución de las ganancias, consolidando su poder y control dentro de la estructura. Para llegar a ocupar un puesto de este tipo, los miembros deben tener al menos dos años de vigencia dentro de la estructura.

Más arriba en la jerarquía están los “compadres”, de bajo perfil, también conocidos como jefes de plaza, de sector o cabecillas, quienes tienen la responsabilidad de supervisar sectores completos y son considerados hombres de confianza dentro de la organización. Aunque tienen una influencia considerable en las decisiones que afectan a comunidades o colonias, aún deben reportar a los mareros más viejos, quienes mantienen un control sobre ellos.

Los “compadres” reciben un salario aproximado de entre 15,000 y 40,000 lempiras al mes, y su estilo de vida refleja su estatus dentro de la mara. Compran ropa por lotes, que luego les regalan, y les proveen los tres tiempos de comida. Además, mantienen una comunicación constante con sus pares en las cárceles, enviando informes diarios a través de la aplicación WhatsApp para garantizar que todo esté bajo control.

Las estructuras criminales han adoptado modelos operativos más autónomos, donde las órdenes se transmiten sin depender directamente de un solo líder visible.

Cada noche, una parte de las cabezas más grandes de la organización se reúne para actualizarse sobre el estado de sus zonas de control en el país.

Los encargados de áreas clave como Chamelecón y Rivera Hernández en San Pedro Sula; así como de la López Arellano y Choloma, en Choloma, mantienen una comunicación constante con sus homólogos dentro de las prisiones, asegurándose de que todo se mantenga en orden y alineado con las decisiones de la cúpula.

Quienes están encarcelados y cuentan con años de experiencia, aquellos “compas” más antiguos, son los que reciben un flujo constante de armas, droga y grandes sumas de dinero. Estos individuos, con 20, 30 o incluso más años dentro de la estructura continúan ejerciendo su influencia y control a pesar de su confinamiento.

En la estructura más alta de la organización se encuentran los integrantes de las mesas 1 y 2, responsables de tomar decisiones cruciales a nivel departamental y nacional, así como los miembros de los F, una generación de líderes con alcance transnacional, que operan con la lógica de empresarios y accionistas, maximizando sus ganancias y control.

La mesa 1 es el nivel más alto de liderazgo, compuesta por los líderes históricos o de mayor jerarquía, toman decisiones estratégicas y órdenes que afectan a toda la organización. También manejan las conexiones con otras estructuras criminales, el financiamiento y las reglas internas.

Investigaciones de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) en San Pedro Sula revelan que Alexander Mendoza, alias “El Porkys”, quien fue rescatado por un comando de mareros el 13 de febrero del año 2020 en El Progreso, Yoro, formaba parte de la mesa 1 en la MS.

Por otro lado, la mesa 2 es un nivel intermedio de liderazgo, donde los miembros, aunque de jerarquía más baja, aún tienen un poder considerable. Son los encargados de coordinar operaciones a nivel regional o en zonas específicas, y actúan como intermediarios entre la mesa 1 y los rangos más bajos, asegurando que las órdenes y estrategias se implementen correctamente en todo el territorio.

La Familia 14 es una facción dentro de la Mara Salvatrucha y su presencia se ha registrado principalmente en El Salvador, aunque también tiene vínculos con otras partes de Centroamérica, como Honduras y Guatemala. Funciona como un grupo relativamente autónomo dentro de la estructura general de la MS, a pesar de esto, mantiene vínculos estrechos con los líderes de la organización.

En Honduras, las autoridades especializadas en combatir la extorsión, a través de sus investigaciones han identificado varias facciones dentro de las pandillas, incluida la Familia 14 y su implicación en actividades criminales de gran escala, como el narcotráfico y la extorsión, pero no se tiene información amplia.

De “soldados” hasta abuelos: la familia que fabrican la MS y Barrio 18

Por su parte, la Pandilla 18 sigue un modelo estructural similar al de la MS. Los “punteros” ocupan el lugar de los “banderas”, mientras que los “hommies” y los “jonvoys” desempeñan funciones semejantes a las de los “compas” y “soldados” en la MS. Los “ranfleros” tienen un rol igual al igual que los gatilleros y “palabreros”, pero en la estructura de la Pandilla 18 no existen los “compadres”.

En la cúspide de la jerarquía se encuentran los mister y master, veteranos con una vasta trayectoria, que han sido líderes desde los inicios de la organización. Estos miembros cuentan con 20 y 30 años de antigüedad o incluso más dentro de la estructura, siendo considerados los fundadores y los que toman las decisiones más importantes, tanto a nivel local como regional.

Los mister son líderes de una jerarquía más baja, pero aun así poseen un gran poder dentro de la estructura. Su responsabilidad radica en coordinar actividades dentro de clicas y territorios específicos, gestionando extorsiones, el tráfico de drogas y otros negocios ilícitos a nivel local. Tienen contacto directo con los miembros activos de la pandilla, a quienes les imponen órdenes y directrices.

Por otro lado, los máster se encuentran en un rango superior, son los encargados de supervisar varias clicas o zonas y su influencia en las decisiones estratégicas de la pandilla es considerable. Son quienes tienen la última palabra en muchas de las operaciones a gran escala y juegan un papel crucial en la expansión y consolidación de la organización.

Según la DPI, el rango de los F representa una nueva élite dentro de la estructura de la organización, un liderazgo emergente con un poder que trasciende las fronteras locales y regionales. Estos miembros de alto rango tienen una notable influencia no solo en su territorio, sino también en varios países, participando activamente en actividades criminales a gran escala, como el narcotráfico, lavado de dinero y corrupción.

Lejos de ser pandilleros tradicionales, los F operan con una estructura más sofisticada, actuando como verdaderos “accionistas” del crimen organizado, manejan inversiones en negocios ilegales y, en algunos casos, incluso en empresas legítimas.

Su papel va más allá de la violencia de las calles, pues son los principales financistas y estrategas de la pandilla, con conexiones que abarcan otros grupos criminales y sectores de poder, consolidando una red de influencia que les permite controlar no solo las operaciones ilícitas, sino también el flujo de recursos y la toma de decisiones clave dentro de la organización.

Mantienen vínculos con carteles de droga, redes de tráfico de personas y corrupción política, pueden operar desde el exterior, evitando la exposición directa en la calle.

Según investigaciones realizadas por la Policía, ambos grupos cuentan con el apoyo de colaboradores externos, una especie de puesto conformado por individuos ajenos a la estructura interna de la organización, pero que desempeñan un papel crucial como administradores y responsables de gestionar el flujo de dinero proveniente del lavado de activos, la extorsión y el tráfico de drogas.

Estos facilitan el movimiento de grandes sumas de dinero, asegurando que las operaciones ilícitas se mantengan ocultas y continúen siendo rentables.

Para la Pandilla 18, la extorsión se erige como su principal fuente de ingresos, el “impuesto de guerra” es un tributo obligatorio que deben pagar transportistas, comerciantes y dueños de negocios bajo su control.

En el caso de la Mara Salvatrucha, el lavado de activos se posiciona como la piedra angular de su economía, a través de negocios aparentemente legales ocultan grandes sumas de dinero proveniente de actividades ilícitas. Ambas maras se nutren del narcotráfico, los asesinatos por encargo, el robo de vehículos y los secuestros.

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”Seguirán usando los mismos mecanimos porque saben que les ha funcionado, esto es como el fútbol, si el 4,4,2 le sirve, lo seguirá utilizando”: analista Nelson Castañeda

Nelson Castañeda, director de Seguridad Ciudana de la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ), lamentó que el sistema gubernamental no haya podido evitar la evolución en el tiempo de estas organizaciones criminales y su impacto territorial en las regiones urbanas y rurales del país.

“Hay un reproche de una gran parte de la población, se sabe que mucha violencia radica por conflictos que existen entre estas bandas. La culpa la tiene el Gobierno porque no da oportunidades de empleo suficiente, ni salud y educación, y sabemos que para acceder a estas se necesita precisamente eso, el dinero, tampoco dan seguridad, cosas que estos grupos sí ofrecen”, señaló el analista.

“Los sistemas que han tenido han permitido todo esto, muchos de sus miembros de graduaron como médicos y abogado durante todos estos años, otros incursionaron en la política, son empresario o parte del sistema judicial del país”, cuestionó.

En el marco de sus declaraciones, Castañeda indicó que mientras Honduras no acciones contundentes contra el lavado de dinero, se seguirá a mercede de la extorsión, tráfico de armas, sicariato y narcotráfico, pues lo primero es controlar el dinero.

“Si lo hacemos vamos a desarticular bandas criminales, pues no estamos llegando a los cabecillas, solo se captura al joven de 16 a 27 años que solo son peones dentro de este esquema”, dijo.

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“Cuando llevan cierto nivel de entrenamiento y experiencia pueden pasar a otros rangos, eso les garantiza que pueden tener mejores ingresos”: sociólogo Jorge Larios

A criterio del sociológo Jorge Alberto Larios, cientos de adolescentes están encontrando en ostos grupos el “cariño” y apego familiar que necesitan y no les dan en los hogares.

Hizo referencia a que ahora y no solo son las dos organizaciones tradiconales, también hay grupos que surgieron durante los últimos 15 años y que están reclutando a muchos de ellos para sus actividades delictivas, prometiéndoles “mejores ingresos y un trabajo estable”.

“Es una pena que estemos descuidando la familia”, subrayó el académico, pues considera que el auge de la tecnología y el modernimos mismo solo han venido a atrapar a las poblaciones y a cambiar la forma de relacionarse.

“Miramos en esas pandillas personas mayores de 50 años, que siendo adolescentes entraron a los grupos, es muy difícil que una persona adulta o madura se vaya a salir de allí a estas alturas, más bien se han esmerado en preparar buenos profesionales y han utilizado a menores para actividades delictivas donde son fáciles de caer”, concluyó.

Transiciones

Las maras y pandillas en Honduras han evolucionado a lo largo de varias generaciones, lo que ha llevado a la existencia de padres, hijos e incluso abuelos dentro de estas estructuras criminales.

En el país hay pandilleros y mareros con 30, 40 años o más en las estructuras, lo que significa que han pasado su vida dentro de la organización.

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generaciones concetraron estos dos grupos: Pandilla 18 y Mara Salvatrucha en Honduras.

Algunos de ellos fueron parte de los fundadores durante década de los 80-90 y todavía tienen poder dentro de la estructura, aunque en algunos casos ya no están activos en las calles. También se sabe que hay hijos y nietos de exmiembros que continúan dentro de la mara.

Entre 1980-1990 surgieron los fundadores y veteranos, miembros que ingresaron a las maras tras haber sido deportados de Estados Unidos y ahora tienen actualmente entre 45 y 60 años de edad.

Fueron los encargados de establecer las bases de la MS-13 y la Pandilla 18 en Honduras. Muchos de ellos han muerto, están encarcelados o se han retirado, aunque algunos siguen en la estructura en posiciones de liderazgo. Ejemplo de ello son los mister y máster en la Pandilla 18 o los miembros de la mesa 1 en la MS-13.

La segunda generación fue entre 1990 y 2000, hijos de los primeros pandilleros o jóvenes reclutados en los barrios y colonias. Tienen actualmente entre 30 y 45 años, son los líderes operativos actuales, responsables de la mayoría de las decisiones estratégicas y la diversificación de los negocios criminales (narcotráfico, extorsión, sicariato).

Esta generación consolidó la violencia extrema y la guerra contra otras pandillas. Entre estos hay “palabreros”, “compadres” y cabecillas.

Entre 2000 y 2020 llegaron los hijos, hermanos, sobrinos o primos de los líderes actuales, tienen entre 15 y 30 años, muchos de ellos han crecido dentro de las maras sin conocer otra realidad. Se encargan de las tareas más violentas como asesinatos, extorsión y control de territorios. Entre estos personajes figuran “soldados” y “jonvoys”.

La cuarta generación que data del año 2020 en adelante incluye a niños y adolescentes de 10 a 18 años. En muchas comunidades, la pertenencia a la mara ya es parte de la cultura familiar.

Estos son usados para tareas menores como vigilantes o mensajeros en los barrios y colonias más conflictivas. Algunos han sido entrenados desde pequeños para convertirse en la nueva generación de líderes.

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Redacción web
Unidad de Investigación y Datos
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Artículo elaborado por la unidad especializada en investigación periodística, reportajes de profundidad y análisis de datos. Se omiten los nombres por protección.