Hondureño en España: "No quiero perderme esta etapa con mis padres por un doctorado"

Danilo Hernández, campesino de Intibucá, vendió su única propiedad y vació sus ahorros para estudiar un máster en Comunicación Audiovisual en España, sin ayuda ni beca

Hondureño en España: No quiero perderme esta etapa con mis padres por un doctorado
  • 27 de junio de 2025 a las 23:59 /
San Pedro Sula, Honduras

En el corazón agreste de Intibucá, entre vacas, quebradas, caminos sin asfaltar y candiles encendidos en la noche, nació un niño que no encajaba del todo en el molde.

Su nombre es Danilo Hernández, hoy, a sus 36 años, no solo carga con orgullo dos licenciaturas y dos maestrías —la última en la prestigiosa Universidad de Salamanca, España—, sino que lleva sobre sus hombros una historia que reta la pobreza, la tradición y hasta el destino.

Danilo nació en Colomoncagua, una aldea donde los varones crecían con un machete sobre la mano y el deber de arar la tierra, pero él desde los cinco años pedía lápices, no herramientas de campo, a los seis años, mientras otros se incorporaban a la faena, él exigía continuar en la escuela. “Me estaban formando el carácter, responsabilidad y compromiso", dijo, con voz firme durante una entrevista con LA PRENSA Premium.

Su infancia fue una mezcla de carencias y riquezas, no había energía eléctrica, mucho menos teléfonos móviles, pero sobraban granos básicos gracias al trabajo constante de su familia.

“Empecé ordeñando vacas con mi mamá, hubo momentos cuando me tocó que acompañar a mi padre porque no quedaban más hombres que lo apoyaran. Mis hermanos mayores se habían ido a buscar futuro a la zona norte y me tocó integrarme a los quehaceres del campo", contó, y entre sus palabras había una conbinación de orgullo y añoranza.

Esta casa ya no existe, pero fue el hogar donde Danilo creció durante su niñez y adolescencia. Aunque parte de su familia ha emigrado, él guarda el anhelo profundo de volver a su tierra.

Se vio prácticamente obligado a tomar el machete antes que un cuaderno, cuidar las vacas, sembrar milpa, caminar horas bajo el sol ardiente y con la espalda encorvada...era su día a día, pero no era feliz.

Aunque su cuerpo estaba allí entre surcos y polvo, su mente soñaba con pupitres, con libros, con escribir un futuro diferente, porque no quería pasar la vida agachado sobre la tierra, sino de pie y luchando por una vida mejor.

No se hablaba de depresión porque había demasiadas cosas por hacer, las jornadas eran largas y a veces crueles, cuando lo mandaban a sacar filo al machete, él pensaba que su arma sería otra, la educación.

Sacrificios

Estudió en la escuela Rural Mixta Unión de su aldea y posteriormente cursó su ciclo básico en un colegio del sector. Caminaba tres horas diarias —ida y vuelta— para asistir al colegio, se levantaba a las 4 de la madrugada con el canto lejano de los gallos y el frío aún metido en los huesos, a más tardar a las 5:00 de la madrugada ya iba saliendo de la casa con los ojos medio abiertos, pero con el corazón decidido.

Atravesaba quebradas, soportaba lluvias y el frío de las madrugadas, llegaba empapado, pero con la convicción de que no quería una vida doblado sobre una milpa. La neblina le calaba la ropa, pero allí estaban los vecinos, nobles como pocos, que le abrían las puertas de su casa para poder cambiarse de ropa antes de llegar al centro educativo.

Antes de las 7:00 am ya debían estar en el colegio, una institución exigente, con maestros que no perdonaban la mediocridad, sabía que si fallaba o si no respondía como estudiante, el destino que le esperaba era volver al campo, a la tierra y al machete, y no lo quería, no deseaba repetir la historia de sus amigos de infancia, quienes en sexto grado abandonaban los cuadernos para ayudar a sus padres y que al poco tiempo ya estaban casados, repitiendo el ciclo.

Fotografía que conserva la memoria de su etapa como estudiante en Intibucá, cuando comenzaba a forjar sus sueños entre montañas y caminos de tierra.

"Muchas veces escuché la frase que si no trabajaba en el campo me iba a morir de hambre, la perspectiva que miraban en mí era equivocada. Quizá en mi descanto hasta el hambre se me iba frecuentemente, esa frase pudo muchísimo para determinar y demostrar lo contrario a través de la educacion", exclamó Danilo, con la voz cargada de memoria.

Fue difícil haber caminado sobre pasillos oficiales y soportar limitaciones económicas, pero si pudiera regresar a esa etapa, confesó, aunque lleva su tierra muy adentro y le llena de orgullo, hubiera optado por una educación más integral y abrirse puertas al mundo de los idiomas desde niño, "porque ya de adulto los compromisos pesan y aprender inglés, por ejemplo, se convirtió en una batalla constante", mencionó.

Su Bachillerato en Administración de Empresas lo realizó en su natal Colomoncagua, no había otra opción en la zona, era eso o nada. Las madrugadas se convirtieron en su rutina de guerra, se levantaba a las 2 o 3 de la madrugada cuando todo mundo aún dormía, no había energía eléctrica, así que estudiaba a la luz temblorosa de un candil mientras su familia dormía y el silencio lo abrazaba como único compañero.

Cuando el relojj marcaba las 4 o 5 de la mañana salía de casa, caminaba entre la oscuridad con un foco de mano que apenas iluminaba el camino de tierra. Se graduó en noviembre de 2006, y aunque no hubo luces ni aplausos ruidosos como ahora, ese título pesaba más que un trofeo, era la prueba de su voluntad.

Una de sus hermanas lo llevó a la zona norte, comenzó a trabajar como operador en el área de serigrafía de una maquila de Villanueva. Danilo lo describió como un espacio muy caluroso, considera que ese ambiente no le pertenecía. “Miraba gente sobre la parte de arriba, cuando era horas del mediodía, con aire acondicionado, y me decía: ´No quiero estar aquí´”, recordó, con la mirada perdida en aquellos días que aún le pesan.

Intentó irse becado a Estados Unidos, pero no lo logró, el rechazo lo hirió, pero también lo hizo fuerte. Tenía unos 20 años cuando descubrió la convocatoria de una beca técnica en Estados Unidos, financiada por la desaparecida Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).

Al leer la información sintió que era una gran oportunidad, sin pensarlo dos veces se postuló y pasó cada etapa con determinación hasta que llegó el momento de viajar a Tegucigalpa, nunca antes había estado en la capital, llegó sin conocer a nadie, con nervios, esperanza y el corazón en la mano.

A la izquierda, sostiene con orgullo un título de la Unah, y a la derecha, tiempo después, aparece en la Universidad de Salamanca, donde culminó su maestría.

Recuerda la entrevista como si fuera ayer, todo iba bien hasta que hicieron una pregunta clave y fue decisiva, "respondí mal", rememoró, con nostalgia. Poco después llegó la noticia de que no había sido seleccionado, y mientras otros aspirantes ya comenzaban a tramitar sus visas, él recibía un “no” que lo partió por dentro, lo vivió como una caída libre y sin red.

Con el tiempo entendió que esa negativa fue, en realidad, una gracia disfrazada. "Me pregunté: ‘¿Si no aprendo inglés en Estados Unidos, por qué no puedo hacerlo en Honduras?’", esa simple interrogante fue un "boom" en su mente, le abrió los ojos, lo sacudió y le devolvió el rumbo.

Allí comenzó otro viaje, no con maletas ni vuelos, fue su forma de demostrarse que los sueños no mueren con una respuesta equivocada, solo toman otra forma.

Comenzó entonces un Diplomado de Inglés en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (Upnfm) durante los fines de semana, mientras durante el resto de los días continuaba laborando en la fábrica. Más adelante, tras pasar un examen de admisión se lanzó a estudiar Licenciatura en Pedagogía en la entonces Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula.

En horas de la tarde salía de la maquila y corría a bordo de un autobús hacia el campus universitario, donde llegaba entre 6 y 7 de la noche, luego arribaba a su casa, cenaba a las 10 de la noche y al día siguiente volvía a empezar.

Trabajó en esta fábrica durante tres años, pues una noticia cayó como un balde de agua fría, la maquila cerraba operaciones, de un día para otro cientos o miles quedaron a la deriva, sin certezas ni promesas, solo con el futuro colgando de un hilo. Danilo tenía poco tiempo de estar allí, pero el golpe le dolió igual, no era solo un trabajo, sino su sostén.

Con ayuda de abogados logró recibir una parte del dinero que le correspondía, no era mucho, apenas lo justo para respirar unos días más, pero en medio de esa tormenta ese pequeño recurso se volvió un salvavidas.

Mientras otros se resignaban, él no podía darse ese lujo, tenía que avanzar y salió a buscar empleo en otra maquila con la incertidumbre a cuestas.

“En la segunda maquila fui auditor de calidad, me gustaba lo que hacía, pero ganaba la mitad que los operarios. Allí aguanté mucha hambre y hasta me enfermé desmedidamente del estómago, tenía que pagar transporte, universidad, comida y contribuir para los gastos de la casa", expresó, con voz baja, como quien recuerda una herida que ya no sangra, pero nunca dejó de doler, aún así no se rindió.

Terminó su licenciatura con la ilusión viva, pero la realidad no tardó en golpearlo, estuvo un año y medio sin trabajo, hizo su práctica profesional en el área administrativa de un banco, en uno de esos edificios altos de San Pedro Sula donde todo parece moverse rápido, pero por dentro sentía que estaba estancado y que no podía quedarse esperando a que algo cayera del cielo, el tiempo no se perdona, así que empezó a buscar opciones para seguir estudiando.

"Recuerdo que el banco estaba en el piso 10 u 11, desde allí miré una institución educativa y me dije: “Voy a estudiar allí”. Fue como una revelación, no había nada seguro, pero sintió que ese era el siguiente paso.

Así fue como durante 2016 comenzó la Maestría en Dirección de Recursos Humanos en la Universidad Tecnológica Centroamericana (Unitec). Sus padres, con el corazón más grande que su cuenta bancaria, empezaron a apoyarlo mientras Danilo se movía en autobuses “rapiditos” con sus cuadernos, dudas y una fe ciega en que algo bueno iba a salir de todo eso.

Invirtieron un dinero que la familia había logrado reunir tras vender unas propiedades adquiridas muchos años atrás. Cada mensualidad era una batalla, no era una beca, era una deuda que crecía mes a mes, un compromiso que él mismo había solicitado como préstamo. “Aún les debo un poco”, dijo, entre risas nerviosas.

Danilo tocó muchas puertas laborales, soñaba con trabajar en un banco, pero nunca lo llamaron y cada “no” le dolía más. “Llegué a pensar cosas feas, no entendía por qué no creían en mí si tenía capacidad", agregó.

Fue durante una de las clases de la maestría cuando casi por casualidad escuchó una conversación entre compañeros, hablaban de una vacante en una institución de educación superior, era en el área de vinculación. Al principio dudó, su perfil encajaba un poco, pero no del todo, le faltaba experiencia específica en ese campo. Algo dentro de él —esa voz que se activa cuando el corazón insiste— le dijo: “Aplicá ¿Qué podés perder?”

Se animó, reunió documentos, redactó cartas, ajustó el curriculum y a pesar de las inseguridades se sometió al proceso, fue avanzando. De muchos postulantes quedaron tres, estaba tan cerca, pero no ganó la plaza.

Recuerda ese día como si todavía pesara, estaba agotado, emocionalmente drenado y se preguntó por qué no, no entendía, se sentía invisible para las empresas, tenía la preparación y la voluntad, pero las puertas simplemente no se abrían. "Me sentía frustrado, golpeado por un sistema que parecía no creer en mí, toqué puertas en varios bancos —soñaba con trabajar en uno—, pero nunca se dio", comentó.

Sostuvo sobre sus manos el título de licenciado, aquel cartón no era solo un papel, era la prueba viviente de que, pese a todo el camino cuesta arriba, había llegado lejos. Se quebró por dentro, recordó las madrugadas, los “no”, las lágrimas, las caminatas y los sacrificios, fue en ese instante cuando se dijo: “Si pude con esto también puedo con lo que viene”.

Un día de 2017, un correo electrónico cambió el rumbo. La misma universidad lo consideraba para una nueva vacante, impartir clases los fines de semana en El Progreso, Yoro. Aceptó sin dudarlo, llevaba más de un año sin empleo y no podía darse el lujo de dejar pasar una oportunidad como esa.

Después llegó al Centro Universitario Tecnológico (Ceutec), había pasado tantas veces frente al edificio en construcción que aspiraba a trabajar también allí, aunque aún no tuviera fecha. Durante un año entero insistió con fe, terquedad y con el corazón en la mano.

Cada vez que pasaba dentro de buses de la Ruta 7 miraba cómo levantaban ese edificio nuevo. Entre el bullicio y la rutina, y al mirar a través de la ventana se decía en silencio: “Algún día voy a trabajar allí".

Envió su currículum al menos cuatro veces, cada vez que aprobaba dos clases de la maestría volvía a intentarlo, ya era pedagogo, tenía las herramientas y estaba listo... o al menos eso creía, pero no recibía respuesta. La última vez que envió su hoja de vida lo hizo sin saber que esa insistencia, ese pequeño acto repetido con fe iba a cambiarlo todo.

Lo llamaron y no lo podía creer, lo estaban citando a una entrevista y era real, respiró hondo, se preparó, sabía que no podía fallar, que esa era otra gran oportunidad, y cuando entró a la entrevista lo dio todo. "Me comí a esa terna que estaba evaluando", dijo.

Ganó la vacante y le dieron el puesto en el área de Humanidades y Artes, en el nivel de docencia. Ese día confirmó que hay sueños que tardan, pero llegan, y que cuando uno trabaja con pasión hasta los edificios que alguna vez solo miraste desde un autobus, un día te abren sus puertas.

Allí nació su amor por el periodismo, fue durante una clase de comunicación, cuando leyó un libro que lleva por nombre "Charlas de tecnología, entretenimeinto y diseño".

Tomó la decisión de estudiar Licenciatura en Periodismo, ya trabajaba, así que comenzó a estudiar también en Ceutec, pero pronto se dio cuenta que era demasiado, las clases chocaban con sus horarios laborales, las jornadas se le volvían imposibles y el pensum era extenso, demasiado extenso para el tiempo que él quería avanzar, necesitaba otra salida.

Después de tres años dejó Ceutec y se matriculó en Unah-vs para estudiar su segunda licenciatura mientras continuaba trabajando en El Progreso. Llegó la pandemia de covid y se internó durante años en su habitación para recibir e impartir clases paralelamente. Con el tiempo se pasó a Ciudad Universitaria en Tegucigalpa e hizo su práctica profesional en dos grandes medios: El Heraldo y La Prensa, fue allí, entre redacciones, fuentes y titulares, donde confirmó su vocación investigativa.

Aprendizajes

Terminó su segunda carrera profesional en 2023. Cuando recogió su título por ventanilla ya pensaba en el siguiente escalón. Gracias a uno de sus pocos amigos descubrió un Máster en Comunicación Audiovisual: Investigación e Innovación, en la Universidad de Salamanca, una de las más antiguas y prestigiosas de Europa.

Su corazón se aceleraba, comenzó a investigar y día tras día leía todo lo que encontraba intentando dimensionar si su perfil encajaba. Entre enero y febrero de 2024 ya tenía una decisión tomada, en abril se abría la convocatoria y no iba a dejarla pasar.

Juntos a varios compañeros celebrando la culminación de sus estudios en España, un logro compartido que simboliza años de esfuerzo, sacrificio y sueños cumplidos.

Fue reuniendo documentos, traduciendo, apostillando, organizando papeles y cuando llegó el momento se postuló, y esperó.

Fue en mayo cuando ocurrió, esa mañana abrió su correo y allí estaba un mensaje de la Facultad de Ciencias Sociales, lo leyó varias veces antes de entenderlo por completo, había sido admitido, había logrado uno de los apenas 30 cupos disponibles.

Para confirmar su lugar debía acreditar un nivel B1 de inglés, demostrar experiencia investigativa y presentar toda la documentación apostillada y legalizada. A otros esa lista los habría detenido, pero a él lo impulsó, en ese momento no pensaba en obstáculos ni costos, sino en todo lo que significaba esa oportunidad, era la puerta a un mundo nuevo.

Una de las postales que guarda de su estancia en Europa durante sus estudios.

En septiembre se marchó sin beca, sin seguridad económica y con la angustia de perder su trabajo en Honduras pese a haber solicitando un permiso de licencia sin goce de salario, vendió una propiedad y se llevó sus últimos ahorros.

No le permitieron impartir clases de forma virtual desde España, algo que esperaba para poder mantenerse. También le fueron negadas varias becas por parte de fundaciones, una de ellas, según comentó con ironía, acababa de otorgarle una beca a la hija de un reconocido empresario y político hondureño. Fue entonces cuando se preguntó, con amargura, a quiénes realmente están destinadas esas oportunidades.

"Luchaba con el tiempo y con adaptarme desde cero, tenía una carga pesada, dormía solo dos o tres horas, tenía mucho estrés, dudé en varias ocasiones si tenía madera para eso, si podía con el máster, pero encontré en el proceso a personas muy nobles", continuó.

Momento clave cuando defendía su tesis y pronunciaba un discurso que representaba no solo su esfuerzo personal, sino la voz de una nación desde tierras españolas.

Defendió su tesis el 30 de mayo de 2025 y recibió su título oficial. En España vivió casi 10 meses y hoy, mientras tramita su documentación y busca oportunidades en el ámbito periodístico en Honduras, Danilo reflexiona: “El éxito no es abrir y cerrar los ojos, es carácter, temple, disciplina y esfuerzo constante”.

Danilo sabe que aún no ha llegado a la meta, quiere ser profesor en la escuela de Periodismo de la máxima casa de estudios, colaborar con medios y formar a nuevas generaciones, pero sobre todo anhela estar con sus padres Catalino Hernández, de 82 años; y María Rubenia Gómez, de 75 años.

“No quiero perderme la etapa más importante de mis papás por perseguir un grado académico", manifestó, con una mezcla de gratitud y madurez. Aunque tuvo oportunidades para cursar un doctorado con beca, reconoció que la autorrealización — como plantea Abraham Maslow—psicólogo estadounidense y creador de la pirámide de las necesidades humanas, también implica estar cerca de quienes más se ama, la familia.

Imagen reciente de Danilo junto a sus padres, un hermano y un sobrino, capturando un momento familiar lleno de amor y unión.

Desde Salamanca, esa ciudad lejana, fría y llena de historia, Danilo sigue creyendo en la educación, en el poder de resistir y en las oportunidades que uno debe crear cuando no se las dan. Si fuera ministro de Educación por un día, dijo entre risas, aprobaría una ley que permita la reconstrucción total de todas las instituciones educativas e implementaría un programa de formación integral para profesores en desarrollo de competencias.

Con una sonrisa serena y los ojos brillando de recuerdos, Danilo cerró el relato mirando hacia adentro, al niño que una vez caminó descalzo sobre calles y candiles encendidos de Colomoncagua: “Estoy orgulloso de ser de Intibucá, a ese niño que fui solo le diría que siga soñando, todo va a estar bien, pero no debe correr, hay que disfrutar cada etapa, lo estás logrando".

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Ariel Trigueros
Ariel Trigueros
jerson.trigueros@laprensa.hn

Reportero multimedia e investigador en LA PRENSA. Más de 10 años en medios. Licenciado en Periodismo (UNAH), máster en Comunicación (UEA) y docente universitario.