20/12/2025
08:42 PM

México lindo y querido

La vida, generosa como es conmigo, me llevó de nuevo a ese país, del que tengo tantas y tan gratas memorias.

    La vida, generosa como es conmigo, me llevó de nuevo a ese país, del que tengo tantas y tan gratas memorias.

    Por cuestiones de trabajo suelo ir al menos dos veces al año, lamentablemente siempre con menos tiempo del deseado.

    Esta vez, aprovechando el feriado, decidí volver al México de mis recuerdos.

    Lo primero fue visitar de nuevo el Centro Histórico, a donde no me había llegado en más de 15 años, ahuyentado por la delincuencia, los mendigos, los vendedores ambulantes y el escándalo de la bocina de los autos.

    ¿Cómo puede haber cambiado tanto un lugar que no puede cambiar?

    Pero así es. El Centro Histórico, toda el área del Bellas Artes, Parque del Prado hasta el Zócalo y un poco más, con sus viejos edificios coloniales intocables ha cambiado… para bien.

    No se ha tirado ningún edificio, no se han construido ninguno nuevo de relevancia, pero toda el área es otra cosa.

    Para los que no han tenido la fortuna de conocer el Centro Histórico de México les diré que su belleza es indescriptible, así que no trataré de describirla; a lo que más llega mi capacidad es a decirles que sus edificios han recuperado la belleza y el esplendor de cuando fueron construidos, hace doscientos y trescientos años. No olvidemos que por alguna razón fue llamada la ciudad de los palacios.

    No soy muy religioso que se diga, pero volví a entrar en la vieja Catedral y de nuevo quedé maravillado por el trabajo de los antiguos arquitectos y por el de los artesanos que la decoraron.

    La Catedral, al igual que todo el Centro Histórico, está constantemente siendo restaurada.

    De todo lo que vi de nuevo por primera vez, lo que más me impresionó fue la total revitalización que los mexicanos le han impreso a la zona.

    Los vendedores ambulantes e informales han desaparecido poco más o menos, dejando aceras y áreas peatonales casi totalmente libres. Con ellos se ha ido la mayoría de los delincuentes y los limosneros, ayudados por una masiva y asombrosa presencia policíaca que irradia seguridad.

    Eso, entre otras cosas, es lo que ha logrado, más que recuperar, salvar el Centro Histórico de México.

    Los turistas extranjeros y nacionales, así como los trabajadores de la zona, se mueven ahora libremente entre cafeterías al aire libre y restaurantes, con el sonido de fondo de los tradicionales organilleros, subvencionados por la municipalidad y con ayuda de las donaciones del público, que imparten un aire romántico y a la vez nostálgico.

    Otra cosa extrañísima y muy agradable: el ruido de las bocinas de los autos ha desaparecido casi por completo, los mexicanos están aprendiendo a ser corteses con los otros conductores y ya casi han aprendido a no tocar el pito… ¡bendición del cielo!

    El cambio se puede atribuir a muchos factores, imposibles de enumerar en su totalidad, quizá más fáciles de resumir en una frase: Han cambiado porque se lo han propuesto.

    Todos, autoridades, comerciantes, empleados, visitantes, todos decidieron poner lo mejor de su parte para rescatar ese preciado Centro Histórico y ponerlo al servicio y disfrute de la gente.

    El Centro Histórico de ciudad México ha renacido, dándonos un buen ejemplo de lo que con un poco de voluntad, determinación y esfuerzo se puede lograr en nuestras ciudades.