La naturaleza del diálogo está basada en la reciprocidad que señala y conduce hacia el acercamiento, cuyo objetivo quizá no sea compartir o aceptar lo de otro, pero sí identificar puntos de coincidencia como resultado de la tolerancia, por encima de las diferencias ideológicas y la diversidad de intereses, cuya radicalidad nos traslada o mantiene en la selva con la ley del más fuerte o con la ley del más violento, ambas ajenas y contrarias a la racionalidad de las personas inmunes al sectarismo, al dogmatismo y con la visión colectiva en el bien de la sociedad.
Dos de las áreas más críticas en nuestra sociedad desde hace décadas exigen el diálogo, la tolerancia, el acompañamiento y el camino compartido para concretar soluciones. La educación postergada con la explicación crónica de escasez de recursos, escuelas, mobiliario, material escolar, equipo moderno, necesidad de capacitación de maestros, desarrollo de la programación didáctica y actualización de los sistemas pedagógicos... En salud, la escasez desborda y hasta hace peligrar el débil sistema, cuya respuesta apenas toca la epidermis de nuestro pueblo. Instalaciones que no pueden dar respuesta a la creciente demanda de una población en aumento y enferma. Las medicinas se traban en la cadena de distribución, multiplicando las quejas de los pacientes, que ya recorrieron el calvario de la consulta y antes de regresar a casa pasan por la farmacia ¿para qué? ¿La mora quirúrgica? ¿Los señalamientos y acusaciones de corrupción?
Señalar, con sola dimensión de denuncia, es lo más fácil, pero lo más deseado y fructífero para el pueblo es la solución acordada y plenamente compartida en su desarrollo, de manera que las diferencias confluyan hacia la eliminación o disminución de los problemas con el ejercicio eficaz de la tolerancia, valor de la mano con el respeto. ¿Utopía? Sí, pero su ruta tendremos que iniciarla si queremos no solo mejorar la calidad de vida, sino sobrevivir como grupo civilizado.