El debate internacional sobre las estrategia contra las drogas en la Comisión de Narcóticos de las Naciones Unidas ha evidenciado claramente que mientras en los extremos del canal, envío y recepción, se va aliviando la represión y abriendo espacio a la aceptación de consumo con notorio aumento de los consumidores, la criminalización o represión se hace cada vez más evidente en el camino, en la ruta de los envíos, donde la huella es cada vez más clara y perniciosa por la infiltración en la débil institucionalidad y las endémicas estructuras económica y social.
En Honduras conocemos bien hasta dónde han llegado los tentáculos, cada vez más opresores, de ese 90% reclamado por la demanda de los consumidores en las grandes ciudades de la Unión Americana y la tentadora oferta que llega del sur con tan descomunal fuerza en todos los ámbitos, que el gran “pecado” del Triángulo Norte es su ubicación geográfica, los altos niveles de pobreza y la corrupción, causa y efecto del narcotráfico y otras descomposiciones sociales.
El reciente encuentro internacional en Viena reconoció con vergüenza que la meta señalada en 2009: “eliminar o reducir considerablemente” el consumo, la oferta y la demanda, ha sido un rotundo fracaso, pues al aumento en la producción de drogas tradicionales hay que sumar la embestida en el mercado de nuevas drogas sintéticas. El fracaso se sintetiza en más consumidores y mayor número de muertos por sobredosis.
La ruta hacia 2029 no está clara, pues las divergencias surgen ya desde el punto de partida con liberación regulada por unos y mano dura por otros, esto último generalmente tendrá mayor impacto en las zonas más vulnerables, de modo que el dedo acusador se concrete dentro de diez años en algo igual o parecido, el 90% pasó, eludiendo la salida y la ansiada llegada que pueden y deben explicar todo.