25/04/2024
03:50 PM

El gran desafío

    Desde noviembre de 2020, cuando los huracanes Eta y Iota dejaron devastadas varias de sus comunidades, barrios e infraestructura, La Lima no logra recuperarse totalmente. Gran parte de lo perdido en aquellos eventos —más de 1,250 millones de lempiras— eran bienes del valle de Sula, especialmente de esta población, que ha sobrevivido a decenas de tormentas, que les dejan, literalmente, con el agua al cuello, obligando a decenas de familias a comenzar de cero cada vez que sufren por desastres de esa dimensión. Y aunque en el pasado la recuperación siempre fue lenta, nunca se había tomado tanto tiempo, dos años, para que los planes de reconstrucción abarcaran a todos los sectores. Las inversiones han sido millonarias, pero insuficientes para resolver todos los daños.

    Eso es lo que reclaman los limeños, quienes, en su gran mayoría, han decidido resistir, se niegan a dejar que les gane el miedo o que, simplemente, no cuentan con recursos económicos suficientes para migrar. Un amplio reporte de LA PRENSA mostró evidencias de peligrosas fisuras sobre la tierra en toda la zona, los bordos de protección que se han debilitado y decenas de viviendas con severos daños, mientras otras permanecen deshabitadas. La Lima está en estado calamitoso y seguirá igual, salvo que se construya una represa, repiten las autoridades locales y los empresarios de la zona norte, que siguen en campaña para proteger a toda la región. Pero también El Progreso ha sido víctima y espera se recuperen puentes y calles. Se cuentan, al menos, 43,000 hondureños que viven del día a día en el área rural del pujante municipio, donde después de Eta y Iota los ríos quedaron azolvados y su vulnerabilidad es mayor que en otros años.

    ¿Y qué se ha hecho?

    Lo que se sabe es que los bordos de contención construidos, valorados en 490 millones de lempiras, no han sido efectivos para proteger ni a La Lima ni a El Progreso. Tampoco Choloma se ha salvado de la furia del río Chamelecón.

    Por el contrario, el valle de Sula ha quedado más vulnerable a las inundaciones, tanto por los desastres irreparables de las tormentas de 2020 como por el fiasco con los bordos, que no resistieron. A eso hay que sumar la falta de represas, pero también, sobre todo, el inmenso daño de la deforestación, que no ha cejado, que continúa arruinando valiosos medios de subsistencia y la vida de millones de hondureños.

    No solo se trata de construir bordos y represas, es urgente acabar con la deforestación, abordar esa amenaza y frenarla por el bien de las generaciones presentes y futuras. Ese es el gran desafío.