Por activa y por pasiva, como dicta la expresión clásica, venimos escuchando que el desarrollo y el progreso de un país tienen su fundamento en la educación. Sin embargo, seguimos atrapados en el círculo vicioso de qué es primero los recursos para la educación o la educación que proporcionará la oportunidad de la obtención de los recursos. Algo así como aquello de que no se lee porque están caros los libros y están caros porque no hay hábito de lectura.
En estos días se encuentra en el país el laureado científico hondureño Salvador Moncada, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y receptor del título Sir de manos de la reina Isabel II del Reino Unido.
Su mensaje en las distinciones y galardones recibidos resaltan la necesidad de ubicar en el centro de la gestión pública y privada las labores educativas, cuyo primer logro sea romper el conformismo y eliminar las barreras mentales que restringen no solo los conocimientos sino los recursos personales y colectivos para incursionar en las áreas de investigación científica.
“Lo que sucede es que nos hemos conformado a que otros sean los que inventen y hagan las cosas y nosotros las consumamos; debemos cambiar esa cultura desde los más pequeños hasta los más grandes”, aconsejó Moncada quien con la mayor sinceridad y amor a la verdad calificó la investigación científica de “muy mala” por falta de recursos, de inversión que refleja la nula voluntad política de los Gobiernos y de las autoridades de educación superior.
Como todo un éxito, con justa razón, se ha celebrado la consecución de los doscientos días de clase, meta simplemente significativa y relevante del área cuantitativa que exige avanzar con celeridad en procesos cualitativos de mejoramiento en la labor docente que se traduzca en la elevación de los índices educativos.
Es tal el rezago y el lastre en el sistema educativo que se necesitarán décadas de labor sostenida para apreciar resultados en la vida nacional. Los frutos de la educación no aparecen de un día para otro, ni siquiera en cuatro años que es el período de gobiernos miopes y cortoplacistas, sino que es un desafío gigantesco de generaciones para lo que nuestros gobernantes y políticos no están preparados.
Estas condiciones obstructoras son el lastre más pesado en el mejoramiento de la educación que impulse el talento, hoy desperdiciado, por las escasísimas oportunidades de superación profesional, limitadas a una academia, cuyo objetivo se reduce a la obtención de un diploma y a la consecución de un trabajo que para muchos, no es poco, es cuestión de subsistencia.
“Honduras tiene mucho talento; lo que pasa es que se ha desperdiciado y eso es un error que se agranda”, señala el científico hondureño, quien presentó la fundación Honduras Global para apoyar a jóvenes hondureños en la innovación y el desarrollo científicos.