Pero sorpréndase, ya hay cercos, cultivos y viviendas en bordos, cuya tierra blandita está llamando a la milpa, que crece impidiendo la compactación del terreno, con filtraciones que presagian ruina y muerte. Aunque ya ha habido reacción de las autoridades, esta habrá de mantenerse y fortalecerse, pues basta un primero para que la fila sea interminable.
En sectores aledaños a El Progreso hay más que evidencia de la llegada de invasores a bordos. Levantaron cerco, echaron semilla en la tierra, tablas y láminas empiezan a aparecer. El capítulo comenzado sabemos cómo termina, pues lo más seguro es la exigencia de terreno y vivienda en otro lugar. En el caso de invasiones hay “profesionales”. Van de un lado para otro hasta con familiares que riegan en cada oportunidad de agenciarse un solar.
La defensa de las obras de protección en las riberas de ríos y quebradas debiera ser de alta prioridad, y si bien “lo que es de todos es de nadie”, en este caso al primer síntoma, a la primera azada en la tierra o al otear “rondines”, cuyas intenciones están claras, son necesarias acciones contundentes, puesto que atentan contra miles de familias y su supervivencia. Claro que hay que mirar hacia arriba de los cauces de dos grandes ríos del valle, Ulúa y Chamelecón, pero son necesarias obras en el valle para, aun en los mayores golpes de fenómenos naturales, mitigar los daños.
El aumento de la pobreza, la reducción de oportunidades laborales y la ausencia de políticas locales de desarrollo racional y ajustada a prioridades, plenamente compartidas en los cabildos, crean situaciones de alta conflictividad agravadas por tardanza en soluciones; pero ya se sabe, unas veces por intereses políticos asfixiantes, como ahora, y otras por real o ficticia carencia de recursos miran para otro lado.
Los hondureños no somos muy previsores, pero las tragedias, frustraciones y tormentas en el horizonte debieran sacudirnos, pues los lamentos y el “yo no fui, fue teté…” es expresión evidente de derrota y cobardía.