Los desplazamientos humanos desde el tercer al primer mundo son cada vez más rechazados por los Gobiernos y las sociedades de las naciones prósperas, a pesar de que requieren de mano de obra joven, calificada y no calificada, debido a que sus poblaciones envejecen y los oriundos no encuentran atractivo laborar en actividades mal remuneradas y/o de alto riesgo, que requieren largas horas de trabajo en condiciones climáticas adversas.
Mientras las condiciones adversas de carácter económico -desempleo, subempleo-, político -guerras, limpieza étnica, genocidio-, ambiental - desertificación, inundaciones- se deterioran, sus habitantes buscan válvulas de escape en el Hemisferio Norte del planeta, por tierra y por mar, arriesgando sus vidas a lo largo del trayecto. Quienes logran sobrevivir a los asaltos, naufragios, enfermedades, no tienen garantizado su ingreso a los supuestos “paraísos”, particularmente si están indocumentados: la posibilidad de ser deportados es cada vez más frecuente, retornando a las mismas condiciones dejadas atrás.
Desde que se confirmó la victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos el pasado noviembre, quien basó su campaña para nuevamente ocupar la Presidencia del país más rico y poderoso del mundo en la deportación masiva de migrantes al tomar posesión de su cargo el próximo enero, se reactivaron las caravanas de centroamericanos, caribeños, sudamericanos, asiáticos, africanos, hacia la “tierra prometida”, antes de que el ingreso a la Unión Americana se torne aún más difícil de lo que ya es.
Así, la incertidumbre -palabra clave- es actualmente el signo de los tiempos; nuestros Gobiernos deberían ya estar plenamente preparados para el retorno de miles de sus compatriotas expulsados, para su reinserción en sus comunidades de origen, creando condiciones propicias, para lo cual no disponen de recursos económicos ni de planes estratégicos coordinados con el sector privado de la economía, las iglesias, la sociedad civil organizada.
Nuestro país cuenta con organizaciones que desempeñan un papel positivo para auxiliar a sus compatriotas deportados: el Foro Nacional para las Migraciones de Honduras (Fonamih), que dispone de Centros de Atención al Migrante en San Pedro Sula, Tegucigalpa, San Marcos de Ocotepeque; la iglesia Católica, mediante la Pastoral de Movilidad Humana, también ofrece asistencias tanto a los hondureños como a los que, procedentes de otros países, ingresan de tránsito por nuestro territorio rumbo a Norteamérica. Hoy, urgentemente, se requieren más instituciones y voluntarios que colaboren solidaria y activamente con nuestros retornados.