07/12/2025
12:19 PM

Un puñado de polvo

Roger Martínez

Aunque los que lean esta columna no tengan ningún tipo de formación religiosa; por el hecho de haber crecido y vivido en un país de raigambre cristiana, seguro sí se enterarán que hoy es Miércoles de Ceniza.

Este día comienza la llamada Cuaresma, un período de cuarenta días durante el cual nos vamos preparando para vivir como se debe la ya próxima Semana Santa. Claro, no soy portavoz oficial de la Iglesia, sino un católico de a pie más, y, por lo mismo, no ahondaré aquí en temas doctrinales ni religiosos, cosa que siempre evito hacer en este espacio. Sin embargo, en días como hoy, en el que miles de hombres y mujeres asisten a los oficios religiosos y, durante esos oficios, reciben un poco de ceniza sobre su cabeza o su frente, como recordatorio de la brevedad de la existencia humana, de la conciencia que debemos tener de nuestra transitoriedad; mientras el que les impone aquel poco de ceniza les repite que son polvo y que en polvo terminarán por convertirse, o les hace un llamado al arrepentimiento y a la conversión; no quiero dejar pasar la oportunidad para reflexionar sobre esa realidad sobre la que poco gusta pensar, y que tiene que ver con la vulnerabilidad de la vida humana, con lo pasajera que es.

Hablaba hace unos días con mi esposa, sobre el hecho de que los padres de nuestros amigos han ido falleciendo, unos tras otros, en los últimos años, y que, nos guste o no, cuando una generación ha transitado es porque tarde o temprano le tocará transitar a la siguiente, es decir, a la nuestra. Y considerábamos como no siempre estamos conscientes de ello y más bien pareciera que nos juzgamos eternos o indispensables. A veces nos comportamos de tal manera, con tanta soberbia, con tanta prepotencia, con tan poca humildad de la buena, que vamos por la vida atropellando a los demás, considerándonos superiores al resto, pontificando hasta sobre lo opinable, más inflados que una ridícula rana.

Se nos olvida que, en el momento menos esperado, se nos colocará en un incómodo estuche o, convertidos en unas onzas deceniza, seremos vertidos en una pequeña caja fabricada de quien sabe qué material.

Entonces, los demás, los familiares, los amigos, descansaránde nuestras impertinencias y respirarán aliviados de no tener que soportarnos más. Por muy “grandes” que hayamos sido, terminaremos siendo un puñado de polvo, unos cuantos huesos tirados en desorden.

Como canta Serrat, nos archivarán bajo una lápida, y nos llevarán flores, si es que no tienen prisa y rápido pasan la página de nosotros, y crezca sobre nuestra tumba una tupida maraña de hierba que nos tornará anónimos. Que no se nos olvide.