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Para actuar con integridad

  • Actualizado: 26 septiembre 2023 /

Si realmente se aspira a comportarse siempre éticamente, a actuar con integridad, es fundamental formarse bien la conciencia. Y, la conciencia ética, no es aquella batalla entre un angelito y un diablito que los dibujos animados, durante décadas, nos han mostrado en plan simpático o inocente. Tener la conciencia bien formada es fundamental para poseer unos valores sólidos y recios y, para, en consecuencia, tener una conducta virtuosa.

La conciencia, con palabras sencillas, no es más que la inteligencia cuando juzga la bondad o maldad de una acción humana. Y, para mayor claridad, un acto humano es todo aquello que se hace voluntariamente, en uso pleno de la libertad, es decir, sin coacción y gozando de una salud mental óptima. La conciencia, por supuesto, se forma, o se deforma, a partir del raciocinio y de las influencias, positivas o negativas, que se reciben a lo largo de la existencia, pero, sobre todo, en los primeros años de nuestra existencia. Como este no es, ni pretende ser, un tratado espeso filosófico, basta con comprender que lo que escuchamos y vemos en casa, lo que luego leemos, y las experiencias que nos provee la vida misma, son las fuentes más notables de las que se alimenta la conciencia.

Claro, si se crece viendo y escuchando malos ejemplos o discursos antiéticos, se va formando una conciencia torcida, alejada del bien y proclive a la maldad; luego, si se alimenta de lecturas poco potables, el proceso de deformación continúa, y, finalmente, si la conducta cotidiana, rechaza los valores universales y prefiere el vicio a la virtud, estamos servidos. La conciencia deformada, no busca la integridad ética y, desagraciadamente, termina por definir una estructura mental, crear un argumentario personal que busca justificar sus comportamientos antiéticos para “sentirse en paz consigo mismo”, aunque se haga daño y se lo haga a los demás. Resulta, por lo anterior, que el que no vive como piensa, acaba por pensar como vive, aunque sea en un mundo “patas arriba”, en el que se considera bondadosa a la perversión misma, a la pura maldad, a lo sinceramente inhumano.

La historia no deja de mostrar ejemplos de hombres y mujeres que deformaron su conciencia de tal modo que cometieron crímenes horrendos en nombre de la libertad o de la justicia, y, desafortunadamente, los continúan habiendo.

Los mayores retos que quizá hoy enfrenta la formación de la conciencia son: el sentimentalismo, las ideologías en boga, los intereses individuales o de grupo y el relativismo ético. Habrá ocasión para hablar sobre esas tristes realidades en otra ocasión.