En 1969, El Salvador invadió a Honduras. Durante 1970, las tropas hondureñas y salvadoreñas intercambiaron disparos y provocaron mutuas muertes. Incluso, uno de los observadores de la OEA dejó su vida en la frontera común. Las elecciones generales anunciadas para 1971 eran un reto. La lucha electoral podía romper la unidad del país y volver nuevamente vulnerable a Honduras. Además, en secreto, Oswaldo López Arellano, tenía mucho miedo de dejar el poder en manos de los civiles, sin su “augusta” vigilancia. Quería asegurar su ruta de mantenerse como el factótum nacional. Por esas razones, con el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas, y del Cohep, preparó un Pacto de Unidad, en virtud del cual los dos partidos que se someterían a la escogencia del pueblo hondureño mantuvieran el curso de acción establecido el 15 de julio del 69 y garantizaran la necesaria unidad para enfrentar al enemigo externo. En enero de 1971, poco antes de las elecciones, López Arellano presentó a los dos partidos históricos del país, un “Plan de Unidad Nacional”, el que, estudiado y revisado, fue aprobado ese mismo mes del año 1971. Lo firmaron cinco liberales y cinco nacionalistas. Jorge Bueso Arias, Carlos Roberto Reina, Felipe Elvir Rojas, Ubodoro Arriaga, Leonardo Godoy, liberales; y, Ricardo Zúñiga Agustinus, Nicolás Cruz Torres, Mario Rivera López, Horacio Moya Posas, Martín Agüero. Las elecciones se celebraron en marzo 28 de 1971. Ganó Ramón E. Cruz.
En el Pacto de Unidad es interesante su metodología: fue elaborada por López Arellano y respaldada por empresarios y dirigentes de los grupos populares. Aunque el fin era la unidad nacional, el objetivo era garantizar la continuidad del poder de López Arellano, lo que correspondía a una realidad que ahora no tenemos enfrente. Lo interesante es que obligaba a los partidos a hacer una campaña electoral decente, que no debilitara la unidad nacional y que en el ejercicio del gobierno, el ganador compartiera el poder con el perdedor. Para lo cual, se repartían los tres poderes del Estado nacional, los ministerios, las embajadas, los consulados y, por supuesto, los juzgados. Esta repartición de los cargos, incluso de la directiva del Congreso Nacional, era un modelo ideal, de acuerdo con la finalidad de entonces –y que ahora persisten, incluso en forma más brusca y violenta– el nombramiento en los cargos públicos, en un gobierno que, para entonces, había empezado a convertirse en la primera empresa “capitalista” del país. Por supuesto, del pacto quedó fuera el nombramiento del jefe de las Fuerzas Armadas que, para entonces, López Arellano había dispuesto que solo sería para él; para nadie más.
Para mayor conocimiento recomiendo buscar https:contracorriente-jrm blogspost.com. Allí está el texto completo, útil para construir ahora un acuerdo que, desde la creación de un Frente Nacional Democrático, frenar al PLR; y, su proyecto totalitario que, tiene asustados a los demócratas. Y además, para saber que hacer “el día después”.
Por mientras ello ocurre, nos permitimos llamar la atención de los líderes sociales, políticos, religiosos militares e intelectuales e imaginar una propuesta que, sometida a los partidos, construya una línea de acción que asegure que, después de la derrota de los sectores totalitarios, nos dé reglas para el ejercicio del gobierno, de modo que en 2025 mantengamos la unidad, necesaria para hacerle frente a la reconstrucción de Honduras, después del gobierno desastroso que han hecho los “peleros” en este cuatrienio. Entre las cuales, la reforma de la misión militar quede definidas en un Estado mayor, elegido por el Congreso, evitando el manoseo de los políticos sobre una institución clave para la unidad nacional. Y, ¡la paz de Honduras!
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