Paciencia hay que tener con uno mismo en la lucha por superar defectos, corregir comportamientos, alcanzar virtudes. San Francisco de Sales dice a una dirigida: “Tenga paciencia con todo el mundo, pero principalmente con usted misma; no pierda la tranquilidad por causa de sus imperfecciones y siempre tenga ánimo para levantarse de nuevo”. Paciencia hay que tener con los demás cuando nos afectan con sus acciones y en ese intento fraterno de querer ayudarlos a mejorar, la respuesta suele ser de indiferencia, grosería o de promesas vanas. “Sufre con paciencia los defectos y fragilidad de los otros, teniendo siempre ante tus ojos, tu propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los demás”, (León XIII). Paciencia hay que tener con los acontecimientos que no podemos controlar y causan inconvenientes en nuestra estabilidad y planes de acción. “Quien es paciente nada puede apartarlo del amor de Dios, ni tiene necesidad de tranquilizar su ánimo, porque está persuadido de que todo es para bien; no se irrita, ni hay nada le mueva a la ira, porque siempre ama a Dios, y a esto solo atiende”, (San Clemente de Alejandría).
La paciencia es necesaria para soportar con dominio emocional, sin causar heridas y malestar en otros, por amor a Dios, los sufrimientos físicos y morales, las situaciones complicadas y personas difíciles. “La paciencia consiste en tolerar todos los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos lo causa”, (San Gregorio Magno). Esa paciencia se logra cuando uno comprende que el que causa el mal está enfermo espiritualmente o está afectado mentalmente, turbado emocionalmente y no actúa con lucidez y libertad. San Cirilo dice que “de la misma manera que la victoria atestigua el valor del soldado en la batalla, así se pone de manifiesto la santidad de quien sufre los trabajos y las tentaciones con paciencia inquebrantable”.
La paciencia es necesaria en el camino de la perfección. Nadie podrá alcanzar cumbres de santidad sin experimentar tentaciones, obstáculos, dudas, persecuciones y por eso dice San Gregorio Magno: “Cuanto más alto llegue uno, tanto más tiene que sufrir en este mundo, porque debilitándose los apegos de nuestra alma a las cosas del mundo, aumentan más las adversidades. Vemos a muchos que obran el bien y sudan bajo el peso de las tribulaciones. Pero según las palabras del Señor, dan fruto por la paciencia, porque recibiendo las pruebas con humildad, son admitidos después al descanso de la gloria”. Si uno está en comunión con el Señor, él nos da la fortaleza para resistir el “día malo”. Dice San Pablo: “Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce paciencia; la paciencia, una virtud probada; y la virtud probada, la esperanza”, (Rom 5,3-4).
La paciencia implica la seguridad de que Dios nunca nos abandonará, de que al final el triunfo será del Señor y de nosotros en Él, y de que las fuerzas de las tinieblas son nada en comparación a las de Dios. Dice el apóstol Santiago, 5,7: Tengan, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los preciosos frutos de la tierra, aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías”. No podemos dejar de citar a Santa Teresa una vez más: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se cambia. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”.
La paciencia se fundamenta en la fe y confianza en el Señor y tiene como base el convencimiento de que todo tiene una razón de ser y puede ser aprovechado para la salvación de uno y de otros. La paciencia implica un estar puliendo el alma de pensamientos negativos, de deseos desordenados y de dudas de la providencia divina y en un vivir en el presente de Dios, poniendo todo en sus manos. “La paciencia es un diamante: con ella el alma resiste toda adversidad; es un remedio: cura toda herida; es un escudo; protege contra todo ataque. Nadie podrá atacarnos si hemos comenzado el combate interior contra nosotros mismos”, (Beato Humberto de Romans).
La paciencia implica la conciencia de que todo lo bueno cuesta y supone sacrificios, renuncias y mucha perseverancia. “Por eso alégrense, aunque por el momento tengan que soportar pruebas diversas. Así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho más preciosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo”, 1 Pe 1, 6-7. La paciencia se fundamenta en Cristo Jesús con quien somos invencibles.
