No creo que sirvan de mucho, porque al igual que en Venezuela, las votaciones no son libres y por lo tanto los resultados son falsos. Esto no es una novedad, porque las dictaduras actúan siempre así. En cambio, el dictador Ortega ha arremetido aún más contra la Iglesia y se multiplican los casos de profanaciones y asesinatos dentro de los templos católicos.
Pero mientras esto sucede en ese hermoso país que es Nicaragua, tengo la impresión de que el resto del mundo bosteza y mira indiferente hacia otro lado. Es verdad que los medios de comunicación están empezando a prestar atención a lo que allí sucede, pero están más entretenidos con otras cosas.
La muerte de inocentes, sobre todo cuando es causada por la izquierda, no parece interesar demasiado. Y la prueba es que en Madrid, el ayuntamiento ha cedido un local a un grupo de sandinistas que justifican las matanzas en aras de no sé qué tipo de lucha por la justicia. Y no ha pasado nada y a nadie se le ha movido ni un pelo del tupé. ¿Qué habría ocurrido si hubiera sucedido lo contrario, que un ayuntamiento conservador hubiera dejado ese mismo local para justificar la represión que estuviera llevando a cabo un régimen dictatorial de derechas?
No encuentro otra explicación a esta apatía, a esta falta de interés hacia el sufrimiento ajeno, que en la cada vez mayor difusión de uno de los más desconocidos y dañinos pecados capitales: La acedía, que el catecismo la denomina “pereza espiritual” y la incluye entre los pecados contra el amor a Dios: la indiferencia, la ingratitud, la tibieza y el odio a Dios.