17/01/2025
03:08 PM

“Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?”

Arturo Nolasco

Pero, ¿y ellas viven, subsisten o pervivir? Está claro que lo cotidiano entrega ocupación y en muchos casos, insensibilidad y disimulo. El encabezado de esta pieza parte de una frase vertida por Mafalda, quien, entre otras de sus destacadas, piensa que: “lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.

Afortunados y bendecidos quienes la tenemos para hacerla sentir viva y preguntarle, ¿qué quiere mamá? y complacerla; duro para aquellos que la tuvieron y sus ocupaciones siempre reemplazaron ese momento para expresarle que el hijo quedó atrás para darle paso a la persona que agradece y reconoce a esa mujer.

Pero más allá de los dos escenarios planteados, la Honduras del presente aceptó convivir, naturalmente, con un mal endémico: los feminicidios y femicidios.

Del 1 de enero al 30 de junio del 2024, el Sistema Nacional de Emergencia (911) registró 16,793 denuncias de violencia doméstica y 28,187 de maltrato familiar y de enero y julio, siempre de este año, Honduras suma 139 asesinatos machistas, según alerta la ONG Centro de Derechos de Mujeres, (CDM), que pide “no normalizar” la violencia de género.

Para la coordinadora residente de la ONU en Honduras, Alice Shackelford, esta emergencia preocupa por la normalización de la violencia y la impunidad en torno a las muertes violentas de mujeres.

Respecto la deuda en el acceso de la justicia, Shackelford, dijo recién que las organizaciones de mujeres refieren que los principales obstáculos son la incapacidad en la investigación, falta de herramientas y tecnología para facilitar el proceso. Además, remarcó que existe una resistencia a lo interno de las instituciones para atender a las mujeres.

En un país con conciencia y justicia, una estadística tan alarmante como esta generaría una hecatombe, pero en Honduras esa incurable realidad y dolor no es más importante que entretenerse con el último chambre del día nacido entre las chicas de la TV y los chistes del TikTok.

Entre las múltiples causas que al 30 de junio de 2024 registran 28,187 denuncias de violencia doméstica, está la desintegración familiar, estrechamente relacionada con la insuficiencia de recursos económicos, la falta de comunicación y comprensión, derivado de ello, los hijos presentan baja autoestima, alcoholismo, actitudes violentas y abandonan sus estudios.

Así como esta conclusión del estudio hecho en Nuevo León, México, por la Fundación Dialnet sobre lo que deriva la desintegración familiar, a lo largo y ancho de América nos encontramos con el mismo patrón y a lo que Honduras no está al margen.

Pero en todo esto hay secuelas profundas que quizá nunca lleguemos a conocer ante la falta de decisiones y acciones contundentes en materia de investigación y eso es, entre otros factores, el espectro que resulta para un niño, adolescente o joven, el hecho de perder a su madre de forma violenta.

Lo que sí podemos observar y en la mayoría de casos hasta juzgar osadamente, es el comportamiento de esa gente que terminó destruida, zambullida en un remolino de tragedia que solo les ajusta para deambular entre vivos transpirando dolor y odio; ¿por qué? Porque a nadie le interesa hacer justicia por sus víctimas, menos asistirlos después de enterrar a sus madres.

No es agradable acuñar frases como, “somos un país de memoria corta”, pero en general eso se cumple: no es a mí, no es mi problema, y así se nos van los días sin reparar que la Honduras que legaremos será una comuna sumergida en la tragedia para nuestros descendientes.

Pero bien, hoy y como siempre, ocupa entretenerse por enésima vez escuchando incoherencias en la batalla entre héroes y villanos que cada cuatro años luchan sin tregua alguna por rescatar a Honduras para volver a secuestrarla sin tener idea, menos propuestas de cómo cerrar la brecha en la injusticia de género.

Y así sucesivamente se la pasan de foro en foro hasta relegar olímpicamente los problemas reales que sumergen a una mujer que transita por una vida que no sabe cómo se siente vivirla porque solo trabaja y sufre en ella.