La historia registra que los primeros pobladores de Comayagüela y Tegucigalpa, que no eran más de 12 mil personas allá por 1881, transportaban el agua en envases de barro, cántaros y en cajas de madera forradas con cuero y a las que llamaban botas; lo hacían desde el río Guacerique.
Quien tenía recursos económicos resolvía su problema perforando pozos en el patio de su casa, pero con el tiempo la contaminación los llevó a concluir que no era recomendable para consumo humano por la falta de una atenuación natural adecuada.
En 1881, bajo la administración del gobierno del general Luis Bográn, se emitió el acuerdo donde se dispuso oficialmente la introducción del agua potable. En 1894, hace 130 años, de los 12 mil habitantes que residían en las ciudades gemelas, al menos unos 2,500 solicitaron la instalación del servicio de agua potable. Por esos años cada abonado recibía 93 litros de agua por día.
143 años después, o sea, hoy, de 800 colonias en la capital de la República, 180 continúan sin conexión de agua potable porque desde hace 32 años ningún alcalde o gobierno central ha abordado el tema con la seriedad y responsabilidad que amerita una situación que, dentro de seis años - en 2030 -, estiman organismos internacionales, podrían desatarse hasta guerras civiles por el vital líquido.
En la historia más reciente, en 1955, el presidente de la República, Julio Lozano Díaz, vía decreto legislativo crea la Secretaría de Salud y se le da, entre otras facultades, la vigilancia sobre la calidad del agua para consumo humano, que hasta esa fecha era administrada por la Empresa de Agua y Luz Eléctrica.
Pero fue hasta la administración del gobierno del doctor Ramón Villeda Morales que se le da vida al Servicio Autónomo Nacional de Acueductos y Alcantarillados, SANAA, un 2 de abril de 1962 y ya, a 62 años de funcionamiento de esta dependencia autónoma, absoluta e irreverente, en la capital de Honduras 180 colonias siguen con cero galones de agua y el resto de su población solo con dos horas en la madrugada y tres veces a la semana.
Los capitalinos y comayagüelas´ tienen un menudo y agudo problema, pues son ciudades que no se detienen en su expansión, situación que vuelve compleja su subsistencia, pues un porcentaje del agua que aún les llega, sigue siendo vía gravedad desde el Río Jutiapa hacia el Picacho.
Los ríos Guacerique, Jutiapa, las vertientes que surgen del Picacho, Río el Hombre, entre otros, ya están por jubilarse, agotados de seguir supliendo las necesidades de una sociedad que no ha hecho lo suficiente para salvarse de lo que se avecina: una escasez sin precedentes.
Es sorprendente cómo en la actualidad los capitalinos están tan bien educados para recibir, y sin protestar, semana a semana el calendario del agua, algo así como cuando hace unos 20 años aún se publicaba en los periódicos la única farmacia que estaría de turno en la ciudad.
Y tal cual lo registraron los historiadores en el siglo pasado, igual en el presente los capitalinos continúan acarreando agua en envases, ya no de barro ni cántaros, pero sí sometidos a uno de los negocios más lucrativos y rentables: el acarreo vía pipas o camiones cisterna, sistema que desde hace 50 años entendieron unos cuantos, que era más genial comprarle el producto al SANAA y evitar a toda costa que el mismo llegue a casa vía tuberías.
Pero los hondureños no dejamos de ser afortunados al seguir teniendo la confianza de muchos países amigos que continúan creyendo en la honorabilidad de los pueblos como el nuestro; por ejemplo, Japón e Italia, países que han destinado millones de dólares en estudios, sistemas y equipos para agua potable que den sostenibilidad emergente a Tegucigalpa y Comayagüela, para que a estas alturas sigan recibiendo algo de eso semana a semana.
Y mientras estos países no se cansen de darnos su mano, la capital de Honduras seguirá sin agua en sus tuberías durante los 12 meses del año, ahogándose del calor en verano y a cada invierno inundándose de agua, lodo y basura de calle en calle.