23/04/2024
10:38 PM

Los condimentos de la campaña

Renán Martínez

En esta temporada en que las aguas de la política borbotean como sopa en hervor a medida que se acerca el plazo de acudir a las urnas, es inevitable recordar el tiempo de nuestra adolescencia, cuando en el país se requería talento y rectitud para aspirar a un cargo público. Sin el ánimo de buscar escudarme en el viejo concepto de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aseguro que en mi pretérito no existía la diatriba perversa de unos contra otros de los participantes en una justa electoral, ni la propaganda aviesa de alguno de ellos que, lejos de orientar al elector, lo distrae con artilugios para desfigurar la imagen del contendiente político, como suele suceder hoy. Muchos de los pretendientes del poder prefieren mostrar sus habilidades para bailar frente al público o entregarle regalías en lugar de dar a conocer sus propuestas electorales, como si estuviésemos en la antigua Roma, cuando los emperadores regalaban trigo o entradas al circo para distraer la atención del pueblo de sus verdaderos problemas.

En términos generales hace falta ideas y mucha creatividad, pero sobre todo auténtico liderazgo para apelar al raciocinio de los electores con argumentos sólidos sobre cómo piensan estos dirigentes revertir la galopante corrupción por un transparente manejo de los fondos públicos, o la impunidad por severos castigos a los infractores de la ley sin distingos de ninguna índole.

Esto solo para resaltar dos de los flagelos que abaten al país.

Muchos de los aspirantes carecen de aquel verbo elocuente de líderes de antaño y en consecuencia acuden a la palabra tosca y al espectáculo circense con el fin de acaparar votos, en menoscabo de la dignidad de un pueblo que merece más respeto.

Para demostrar la condición de auténtico líder, el político no solamente debe tener carisma, sino también la capacidad de usar sus habilidades de convencimiento, no la demagogia, para guiar a sus seguidores hacia mejores condiciones de vida. Los malos líderes son los que cuando alcanzan el poder en lo que menos piensan es en procurar el bienestar del pueblo que los eligió.

Aparte de liderazgo, quienes aspiran a dirigir los destinos de este país a través de la presidencia, una alcaldía o una diputación, deben estar capacitados para el cargo porque, si no saben a lo que van, tomarán decisiones erradas en detrimento del desarrollo que en los diferentes campos requiere la nación.

Es menester que un candidato a presidente, aunque la Constitución no le pida más que saber leer y escribir, posea al menos madera de estadista; quien aspire a ser alcalde tenga visión de futuro, y el que busque ser parlamentario sepa qué es legislar porque, como decía Rafael Pineda Ponce, expresidente del Congreso Nacional, “hacer leyes no es como hacer chorizos”. Sobre un caudal de conocimientos que hayan forjado en el transcurso de su vida la personalidad del aspirante, debe prevalecer una conducta irreprochable para que todas sus ejecutorias, de ganar, estén enmarcadas en la honestidad que conlleva a eliminar la corrupción.

El electorado debe saber medir las capacidades y cualidades con que cuentan los candidatos de los trece partidos políticos y los dos movimientos independientes que participarán en los comicios del 28 de noviembre para poder enrumbar al país por mejores derroteros.

De esa manera no estarían botando su voto, sino escogiendo a los hombres y mujeres que considere son los que reúnen las condiciones para impulsar, desde sus cargos, el desarrollo integral de Honduras. Si acaso nos equivocamos, nos quedará la satisfacción y el orgullo de haber ejercido el sufragio a conciencia, no porque nos embaucaron los malos dirigentes políticos con su flauta de encantar a los ingenuos.

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