26/11/2023
01:18 AM

La semana que viene

Roger Martínez

Como todos los hondureños, también yo espero con ansia e ilusión la semana que viene. Y no solo por el feriado y su consecuente descanso, sino porque en esta Semana Santa voy a ver de nuevo el rostro descubierto de muchos de los que solo había visto media cara desde marzo de 2020, y a entrar a la mayoría de los sitios a los que espero ir sin cubrirme medio rostro; no tendré que hacer ningún esfuerzo por “sonreír con los ojos”, ni deberé estar tapándome la boca y la nariz, porque, gracias a Dios, parece que han dejado de ser esos diseminadores de virus a los que tanto hemos temido en los últimos tres años. Será, además, una oportunidad de ejercitar las virtudes del respeto y la tolerancia, porque, así como ha sido en la última semana, habrá aún muchas personas que continuarán usando mascarilla y que preferirán que yo también lo haga cuando estemos más o menos cerca, y, entonces, me la podré dócilmente. En esos casos, es preferible mantener la cordialidad de la relación o la tranquilidad de aquellos que tienen razones, reales o no, para continuar protegiéndose, que yo lo que pueda considerar mi derecho o mi gusto.

A la cabeza de la larga lista de actividades que podamos haber pensado realizar la semana que viene, yo he puesto a mi familia. Porque, la verdad, la absorbente rutina cotidiana; el tiempo del fin de semana, del que no siempre se dispone plenamente, no nos deja disfrutar como deberíamos de la compañía de aquellos a los que más queremos, y los que son, francamente, los únicos con los que estamos unidos por vínculos irrompibles y en los que podemos dejar huellas positivas imborrables e imperecederas. Es la familia el mejor lugar para querer y dejarse querer, para mostrar interés por los demás y por sus cosas, y en el que podemos mostrar el oro y el cobre, sin que el primero dé pábilo a la soberbia o el segundo nos llene de vergüenza.

Estoy convencido, por mi experiencia como hijo, como hermano, como esposo y como padre, que aprovechar, cada oportunidad que se presente, para cuidar, para mimar, para fortalecer, los vínculos familiares, es lo más sabio y prudente que podemos hacer. No solo porque, en la medida en que nos vamos volviendo más vulnerables, y, por lo mismo, menos autónomos, y vamos necesitando cada vez más de los demás, sino porque esa misma vulnerabilidad nos va volviendo más necesitados de afecto desinteresado, de cariño, de cercanía, de comprensión.

En la escuela, en el colegio, en la universidad, terminamos por ser alguna vez exalumnos; en los distintos escenarios laborales, también terminamos, tarde o temprano, por ser exempleados, o excolaboradores, como se dice ahora; pero exhermanos, expadres o exhijos, nunca. De ahí que debamos pasar estos días cerca de únicos verdaderamente nuestros.