En plena celebración de las fiestas patrias, entre la algarabía que producen los desfiles de los centros educativos, a pesar de los enormes desafíos que atraviesa Honduras, entre reclamos que señalan “¿cuál independencia?”, es necesario reflexionar sobre cuál es la herencia que estamos dejando a esta tierra.
No hablo de “herencia” en cuanto a posesiones materiales, sino a la forma de pensar de los niños, las niñas y los jóvenes sobre su propio presente y futuro en este país.
La responsabilidad que tenemos los adultos de hoy, que ejercemos influencia en el pensamiento de aquellas personas que vienen detrás, siguiendo nuestros pasos, es muy grande y muchas veces carecemos de conciencia.
A ellos estamos heredando no solamente una patria, sino la forma de pensar que les conducirá en la vida a buscar hacer de éste un mejor país, una frase que repetimos mucho y sin embargo no logramos que se convierta en realidad.
La forma de percibirse y de pensar sobre todo aquello que tenga que ver con el futuro compartido es sumamente importante en los análisis y las acciones de hoy y del mañana. ¿Qué estamos forjando?
Estamos convirtiendo fechas y espacios que se encontraban alejados de la controversia en un escenario de demostración de fuerzas políticas.
Las celebraciones de septiembre son una valiosa oportunidad para unir al pueblo hondureño en una conmemoración que debería ser clave en el fortalecimiento de su sentido de pertenencia, pero ahora se están convirtiendo en celebraciones político-partidarias que lejos de atraer, en un sentido más amplio y no solo a los partidarios, asustan.
Estamos llevando la polarización ideológica a casi todos los espacios, como si se tratara de medir fuerzas a través de consignas, gritos y presencia de adeptos.
Como si a fuerza de emociones poco contenidas verdaderamente mejoráramos la situación.
La utilización de la palabra “pueblo” para referirse a una sola parte de la población -aquellas personas con afinidad de pensamiento- es un hecho que debería inquietarnos.
Honduras somos todos los que nacimos en esta tierra o la adoptamos como patria, con derechos y también con deberes.
Emprendedores, empleados, empresarios, desempleados, estudiantes, aquellos que por distintos motivos no estudian ni trabajan, las personas que hacen trabajo doméstico, en fin: todos somos parte de esta nación.
Quien no entienda que la construcción del futuro del país pasa necesariamente por la integración de todos sus miembros, deambula por el camino equivocado. Nada bueno se construye sobre bases de odio; tampoco es posible avanzar si estamos constantemente movidos por el miedo o por la revancha.
Tampoco es posible ver hacia el futuro si justificamos nuestras propias falencias en los gravísimos errores del pasado.
Debemos buscar ser congruentes y demostrar que somos capaces de crear juntos un futuro prometedor.
Cambiar desde el pensamiento y las palabras limitantes hacia aquellas más conciliadoras, ilusionarnos e ilusionar a otros con un futuro aquí, es un deber ahora más que nunca.
Que encontremos juntos más motivos que nos unan y no más excusas para dividirnos. Tenemos una patria como herencia, no la desperdiciemos.
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