07/10/2024
03:34 PM

La crisis perpetua en la frontera

Jorge Ramos Ávalos

La frontera entre México y Estados Unidos “es una cicatriz que sangra”. Así la describió en 1997 el escritor mexicano Carlos Fuentes.

En ese mismo año, según el Centro Pew, entraron 1.2 millones de inmigrantes legales e indocumentados a EE UU. Y seguramente en 1997, como ahora, había mucha gente que decía que se trataba de una crisis.

La verdad es que esa frontera siempre ha estado en crisis. Es una crisis perpetua desde su creación tras la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. En mis clases de primaria en la ciudad de México nos enseñaron que México fue obligado a ceder la mitad de su territorio a Estados Unidos por 15 millones de pesos con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Muchos no cruzaron la frontera sino que la frontera los cruzó a ellos. Desde entonces ha sido, a la vez, una zona de conflictos y de extraordinaria hermandad. Y siempre ha habido debates y dilemas sobre los que cruzan del sur al norte.

Como periodista me ha tocado cubrir a todos los presidentes -y sus políticas migratorias- desde Ronald Reagan hasta la fecha. Nunca ha sido fácil. Y esto es lo que -creo- es preciso hacer para encontrar una solución a largo plazo: aceptar más inmigrantes legalmente. Muchos más.

El republicano Reagan otorgó una “amnistía” en 1986 a más de tres millones de personas cuando todavía esa no era una mala palabra. Pero no funcionó. Cuando entrevisté a George W. Bush en 2001 el número de indocumentados ya había crecido a más de siete millones y el presidente coqueteaba con la idea de un “programa de trabajadores temporales” antes de los actos terroristas del 9/11. El número de indocumentados siguió creciendo -hasta 12.2 millones en 2007- pero el presidente Barack Obama no aprovechó los pocos meses de 2009 (cuando los Demócratas controlaban ambas cámaras del Congreso) para presentar una reforma migratoria que los legalizara.

Y luego llegó Donald Trump, uno de los mandatarios más racistas y antiinmigrantes. ​Las políticas inhumanas y represivas de Trump -y las medidas de emergencia sanitaria por la pandemia- redujeron la migración a sus niveles más bajos desde los años 80. Pero ahora, con un nuevo presidente y con nuevas reglas, podríamos regresar a las épocas en que cruzaban cientos de miles de indocumentados cada año. Solo en febrero se registraron 100,400 cruces ilegales. Esa es, quizás, la nueva normalidad.

“La frontera no está abierta”, me dijo en una entrevista el secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas. Pero “lo que hemos descontinuado es la crueldad de la pasada administración”. Bueno, parece ser que en Centroamérica solo escucharon la parte de que se acabó la “crueldad” y por eso están llegando en grandes números. Decenas de miles de refugiados centroamericanos esperaron durante más de un año en campamentos en México para este momento y no lo van a desaprovechar.

​No debería sorprender a nadie que esto es lo que ocurre en una frontera que divide al país más rico y poderoso del mundo de la región más desigual del planeta. Lo que está ocurriendo es que los más pobres y vulnerables en medio de una pandemia se están yendo a un lugar más próspero y seguro. Así de lógico. Así de sencillo. Y así va a seguir por mucho tiempo.

Debido a la pandemia, América Latina ha vivido su “peor crisis social, económica y productiva” en 120 años, según la CEPAL. Dos huracanes -Eta y Iota- devastaron Centroamérica. Y las pandillas, la violencia, la corrupción, el cambio climático y la imposibilidad de ser vacunados contra el covid-19 este año han expulsado a muchos. Es el push factor.

​México, en particular, ha sufrido mucho durante la pandemia: cerca de 200 mil mexicanos han muerto y su economía cayó 8.5 por ciento en 2020. Esto además del terrible e intratable problema de la violencia de los carteles. El Comando Norte de Estados Unidos informó recientemente que “entre 30 y el 35 por ciento de México” está en control de “organizaciones criminales transnacionales” y que eso tiene un efecto negativo en la frontera. Y esto no es bueno ni para los mexicanos ni para los centroamericanos que tienen que cruzar territorio mexicano.

​¿Qué hacer? Aceptar la realidad y crear un sistema que pueda absorber de manera legal, eficaz, rápida y segura a muchos de los inmigrantes y refugiados que vienen del sur. Van a seguir llegando y no hay otra solución. Todas las otras opciones -muros, cárceles, separación de familias, repatriación exprés, la espera en México, deportaciones masivas, el envío de la Guardia Nacional…- han fracasado. La inversión de cuatro mil millones de dólares en Centroamérica, como quiere el presidente Biden, es un buen comienzo para atacar el origen de la migración. Pero tardará años en dar resultados.

​¿A cuántos inmigrantes legales debemos aceptar anualmente? Entre millón y medio y dos millones cada año.

​En las últimas tres décadas ha sido común recibir a más de un millón de inmigrantes legales en algunos años. Y a esa cifra hay que sumarle los cientos de miles que entran ilegalmente o se quedan cada año después de que vence su visa. Así, por ejemplo, en los años 1999 y 2000 entraron un millón y medio de extranjeros.

Hay que hacer legal y productivo un peligroso sistema que solo parece beneficiar a los coyotes. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dice que, según sus cuentas, “la economía estadounidense va a necesitar entre 600 mil y 800 mil trabajadores por año” y que sería mejor llegar a un acuerdo con EE.UU a que traten de entrar ilegalmente. Tiene razón.

Es un país de inmigrantes y necesitará muchos más para la recuperación económica después de la pandemia, para reemplazar a la creciente población que se jubila y también, según argumentó recientemente el periodista del The Miami Herald, Andrés Oppenheimer, para compensar por las bajas tasas de natalidad en Estados Unidos.

El problema es que nuestro sistema migratorio está quebrado, caduco y no refleja las nuevas necesidades del país y del hemisferio que comparte. ​Por eso la frontera parece que revienta. Es ahí donde chocan las aspiraciones de los nuevos inmigrantes con un país que se resiste a modernizar su manera de recibir y absorber a los recién llegados. ​Carlos Fuentes lo dijo correctamente. La frontera entre México y Estados Unidos está sangrando. Vive una crisis permanente. Y el primer paso es reconocerlo, deshacer los nudos, abrir nuevos caminos y aceptar, con solidaridad y generosidad, que hay que darle la bienvenida a más inmigrantes. Como dicen en México: no hay de otra.