Y no es que el querer verse bien sea algo malo en sí, pero tampoco debe ser la prioridad en nuestro corazón. Si yo me estoy preocupando exageradamente por mi apariencia física al grado que esta ocupa el primer lugar para mí, yo tengo un problema. ¿Por qué? Porque esta se ha convertido en un vicio: el vicio obsesivo de la vanidad.
Si nosotros le entregamos el control de nuestra vida a la vanidad, estaremos cometiendo un gravísimo error. ¿Y por qué es un error? La Biblia nos ayuda a entenderlo. En uno de sus versículos más conocidos, ella enfatiza que todo lo que tiene que ver con lo temporal es algo vano e insustancial (… todo es vanidad, Eclesiastés 1:1). Sentencia que se percibe bastante radical, pero que es totalmente cierta. Todas las cosas que hay en este mundo caducan, incluyéndonos a nosotros, por eso sería un grave error preocuparnos al extremo por ellas y catapultarlas al sitial de honor en nuestra vida, cuando en realidad no lo merecen. Mejor nos sería preocuparnos por lo que sí realmente importa: el cuidado de nuestro ser interior, ya que eso sí trasciende. No dejemos, pues, que el vicio de la vanidad haga que nuestro buen deseo de mejorar nuestra apariencia física tome un rumbo equivocado, convirtiéndolo en un problema que se escape de nuestro control y nuestra percepción. Recordemos: “La belleza exterior no es más que el encanto de un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo del alma” (George Sand).