18/04/2024
10:16 PM

La batalla por la ejemplaridad

Roger Martínez

Decía un buen amigo mío español, uno más que se llevó la pandemia, justamente el día en el que cumplía 70 años, que cuando los padres callábamos hablaba la calle, y que esta última, además de carecer de un genuino interés por el bien de nuestros hijos, tendía a comunicarles información no siempre verdadera y muchas veces con malas intenciones. Y es muy cierto. Los únicos que podemos tener una sincera y honda preocupación por la felicidad de nuestros retoños somos nosotros, sus padres. Nadie, absolutamente nadie, va a quererlos como nosotros; nadie absolutamente nadie estará dispuesto a dar la vida, si hace falta, por ellos; nadie, absolutamente nadie, estaría dispuesto a quitarse el pan de la boca, a soportar privaciones, a renunciar a planes y sueños, a realizar cualquier sacrificio por ellos como lo estaríamos nosotros. De ahí que la mayoría de los que tenemos hijos entendamos que estamos obligados, y es una obligación dulce y aceptada con gallardía, a darles lo mejor que tenemos, a heredarles lo que resulte verdaderamente valioso, para su futuro, para esa etapa de su vida, ordinariamente la más dilatada, la más prolongada, en la que ya no contarán con nuestra presencia física ni podrán consultarnos ni pedirnos consejo, y hablo del buen ejemplo.

Evidentemente, debido a nuestras naturales imperfecciones, los padres no podemos nunca ser modelos impolutos, inmaculados. Humanos, al fin y al cabo, los hijos serán testigos frecuentes de nuestros fallos, de nuestras miserias, de nuestros errores. Sin embargo, esos derroches de humanidad que podemos manifestar cuando sale a flote el cobre, cuando mostramos lo peor de nosotros, también pueden aprovecharse para hacerles ver que, a pesar de esas falencias, procuramos volver a la carga en la consecución de la virtud y que, en la vida, lo importante es mantenerse batallando en contra de vicios y defectos sin jamás rendirnos y sin caer en el cinismo, el que nos puede llevar a querer presentar como rasgos valiosos del carácter aquellos que no lo son y que más bien enturbian la convivencia cotidiana o nos impiden mantenernos en la búsqueda permanente de la mejora personal.

Si hay compromiso que adquirimos los padres, desde que nace nuestro primer hijo, es el de permanecer dispuestos a ser ejemplares, a resultar imitables. Porque hoy más que nunca escasean los referentes válidos, los modelos a imitar, por lo que somos nosotros los llamados a serlo, a dar buen ejemplo, a dejar una huella sobre la que quienes nos sucederán puedan pisar sin miedo.