En una de sus célebres fábulas, Esopo relata la historia del rey león, quien, cansado y envejecido, se encontraba enfermo en su cueva. Todos los animales, excepto la zorra, acudieron a visitarlo con la esperanza de brindarle apoyo. Aprovechando la oportunidad, el lobo lanzó una acusación despectiva hacia la zorra: “Ella no muestra ningún respeto por vuestra alteza; ni siquiera se ha acercado a saludarlo o a preguntar por su salud”.
Justo en ese instante, la zorra llegó, coincidiendo con las palabras del lobo. Al verla, el león, lleno de furia, le dirigió un grito aterrador. Sin embargo, la zorra, con calma, pidió la palabra para defenderse: “Dime, entre todas las visitas que has recibido, ¿quién te ha ofrecido un servicio tan valioso como el mío? He recorrido en busca de médicos sabios que pudieran recetarte el remedio ideal para tu recuperación, ¡y finalmente lo encontré!”. “¿Y cuál es ese remedio?”, preguntó el león, impaciente. “Debes sacrificar a un lobo y ponerte su piel como abrigo”, respondió la zorra, esbozando una sonrisa astuta. Así, el lobo fue condenado a muerte, mientras la zorra, riendo, exclamó: “No debemos llevar al patrón hacia el rencor, sino hacia la benevolencia”.
El relato anterior ilustra las complejas dinámicas del poder y la manipulación en las relaciones sociales. Cuando el lobo intenta desprestigiar a la zorra ante el rey, muestra cómo la envidia y la competencia pueden llevar a los individuos a actuar de manera desleal para obtener reconocimiento.
Sin embargo, la condena del lobo al final de la fábula nos recuerda una verdad bíblica fundamental: la ley de la siembra y la cosecha (Gálatas 6:7). Al intentar tender trampas para la zorra, el lobo no solo puso en peligro a un inocente, sino que también se convirtió en víctima de sus propias maquinaciones. La fábula nos invita, entonces, a fomentar la benevolencia y la honestidad en nuestras interacciones, resaltando que, en el juego de la vida, la astucia sin ética puede llevar a una caída inevitable.