22/04/2024
11:28 AM

El camino del perdón

Mimí Nasthas de Panayotti

Hablar de perdón es algo serio. No nos referimos a pequeñas circunstancias que se solucionan con un “lo siento”, sino a cuestiones que tocan profundamente nuestras vidas. Vamos a emplear tres palabras, agresión, agresor y agredido.

La agresión es como una herida con distintos grados de profundidad. En todo caso, lastima, duele, hace daño. La agresión lleva a nuestra vida a la maldad y pudre por dentro. Somos sumergidos en un mar de emociones, ira, agobio, deseos de venganza, amargura y sin sentido.

El agresor es la persona que ha provocado la herida, el instrumento a través del cual el mal toca la puerta. Si es desconocido, duele, pero si es una persona amada, es devastador.

El agredido es quien ha recibido el impacto del mal. La herida recibida lesiona y desconcierta. Transforma en víctima. Surgen sentimientos de rabia, tristeza, incomprensión e incertidumbre. Nace el resentimiento, el odio encuentra acogida en el corazón y puede surgir una alternativa: devolver mal por mal.

El perdón es el mejor cicatrizante para el corazón. Al mismo tiempo conviene saber que no puede situarse en el nivel de los sentimientos: dependería de nuestro estado de ánimo. El perdón se ubica en el horizonte de las decisiones: se decide perdonar, hay una convicción de por medio, que llega incluso a transformar nuestros sentimientos. Esta transformación, que cambia el odio del corazón y abre la puerta a la reconciliación, la llamamos conversión, explica Brian Arriola.

El perdón no es fácil, pero es liberador. Descarga el corazón del peso del mal recibido. Dar y pedir perdón requiere fuertes notas de humildad. Sin amor es prácticamente imposible. Tener el deseo de perdonar es una pequeña luz de esperanza en medio de la oscuridad del dolor. Es semilla que conviene cuidar y hacer crecer. Un ejemplo vital es Jesús, que muere en la cruz pidiendo perdón por los que lo están asesinando. Esa es la actitud correcta. Perdonar a los que nos hacen daño...