16/12/2025
11:15 AM

EE UU, Honduras y Siria: un triángulo de amor

Rafael Virgilio Padilla

Como ciudadano hondureño y científico social, siempre he admirado a los Estados Unidos por su fortaleza económica, influencia cultural y su papel como nuestro vecino y socio comercial. Muchos de mis amigos estadounidenses encarnan los valores de la democracia, la libertad y las oportunidades que han hecho de EE UU un líder global. Sin embargo, la admiración no excluye la necesidad de un análisis crítico. Es esencial para nosotros, como hondureños, mantenernos atentos a las intenciones y acciones de quienes están en el poder en Washington. La historia nos ha enseñado que la política exterior de EE. UU. a menudo está guiada por intereses que no necesariamente coinciden con el bienestar de otras naciones, incluida la nuestra.

Esto se hace especialmente evidente en el Medio Oriente, particularmente en Siria y la región del Levante. Durante la última década, hemos sido testigos de intervenciones extranjeras devastadoras que han reducido a escombros naciones que alguna vez fueron funcionales. EE. UU., junto a sus aliados occidentales, ha apoyado activamente cambios de régimen bajo el pretexto de promover la democracia. El caso de Siria es particularmente impactante. A través de programas encubiertos como la Operación Timber Sycamore, iniciada durante la administración de Obama, EE. UU. canalizó armas y recursos a grupos rebeldes con el objetivo de derrocar al gobierno de Bashar al-Assad. Si bien el régimen de Assad está lejos de ser defendible, el resultado de esta intervención ha sido catastrófico: una guerra civil prolongada, el surgimiento de grupos extremistas y el desplazamiento de millones de sirios.

El contexto más amplio de estas intervenciones también debe ser comprendido. Durante décadas, EE. UU. se ha alineado con los intereses israelíes en el Medio Oriente, a menudo a expensas de la estabilidad regional. Desde que Benjamín Netanyahu se convirtió en primer ministro por primera vez, su gobierno ha perseguido una visión expansionista conocida como “Gran Israel”. Este concepto implica consolidar el control israelí sobre territorios como Gaza, los Altos del Golán y Jerusalén Oriental, mientras reconfigura el Medio Oriente para debilitar a la oposición. Con el apoyo de EE. UU., Israel ha desempeñado un papel en fomentar el cambio político y social en seis de siete países objetivos: Somalia, Sudán, Líbano, Libia, Siria e Irak. Irán sigue siendo la excepción por ahora.

Estas intervenciones no son maniobras geopolíticas abstractas; son actos de destrucción que dejan a naciones en ruinas. Países como Libia e Irak, que alguna vez fueron Estados funcionales, ahora están fracturados y plagados de inestabilidad. La llamada “Primavera Árabe”, a menudo celebrada como una ola de levantamientos democráticos, fue influenciada y apoyada en gran medida por intereses estadounidenses. Pero, ¿qué ha logrado? En lugar de democracias florecientes, vemos campos de batalla y Estados fallidos que lucharán durante décadas para recuperarse.

Como hondureños, deberíamos estar profundamente preocupados por este patrón de intervencionismo. No es una idea descabellada imaginar que la “máquina de guerra” estadounidense eventualmente fije su mirada en América Latina. La historia nos ofrece amplias pruebas de la injerencia de EE. UU. en nuestra región. El golpe de 2009 en Tegucigalpa, que derrocó al presidente Manuel Zelaya, contó con el apoyo implícito de la administración de Obama, socavando la democracia hondureña. Anteriormente, EE. UU. respaldó a dictadores militares como Oswaldo López Arellano e, incluso, colaboró con narcotraficantes como Ramón Matta Ballesteros, quien trabajó con la CIA. Estas acciones demuestran una disposición a priorizar los intereses estratégicos de EE. UU. sobre la soberanía y el bienestar de nuestra nación.

Podría argumentarse que el Medio Oriente y América Latina son contextos muy diferentes. Sin embargo, la lógica subyacente de la intervención estadounidense sigue siendo la misma: el uso de sanciones económicas, operaciones encubiertas y fuerza militar para lograr sus objetivos, sin importar el costo humano. Esta lógica se vuelve especialmente preocupante cuando consideramos la amenaza inminente de fanáticos de guerra como Lindsey Graham y Donald Trump, quienes han expresado deseos de bombardear carteles en México. ¿Y qué sucederá cuando estos carteles se refugien en hospitales? ¿Van a matar niños en México de la misma manera que lo hacen en Medio Oriente?

EE. UU. ha traído tanto oportunidades como desafíos a Honduras, pero nunca debemos perder de vista el hecho de que su política exterior está guiada por sus propios intereses. Nuestra tarea es defender la dignidad y la independencia de nuestra nación mientras construimos un futuro que no dependa de los caprichos de potencias extranjeras. Solo así podremos prosperar verdaderamente como una nación soberana.

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