19/12/2025
06:45 PM

Derribando estatuas

Juan Ramón Martínez

Las estatuas, cierta forma de idolatría, es una cuestión que nace con el hombre. Para los cristianos, durante muchos siglos hubo la prohibición de levantarlas. En Honduras al gobernante que más se le erigieron fue a Tiburcio Carías Andino. Hacían contribuciones y le levantaban bustos en casi todas las ciudades. Una vez salido del poder, la cólera popular derribo la mayoría. El que estaba en el Parque la Libertad, los estudiantes, con un lazo tirado por el músculo juvenil, derribo lo que representaba la dictadura. En tiempos de Villeda Morales, los liberales de Choluteca derribaron el busto – que fue recuperado y está, ridículamente, pintado de negro, colocado encima del bronce en que está hecho. Los leales nacionalistas, en noches oscuras, lo recuperaron de las entonces profundas aguas del río Choluteca y una familia, de estirpe cachureca, en secreto, lo conservó amorosamente. Actualmente está en un parque de Choluteca, y otro sobrevive en la Fuerza Aérea de Tegucigalpa.

Posteriormente, Salvador Zúñiga pasó a la historia por derribar y hacer pedazos, ante la complicidad de cobardes autoridades que no procedieron en su contra, la estatua de Colón, en un rechazo tardío que debió hacerlo en taparrabos, hablando una lengua incomprensible y sin creer en Jesucristo y sus enseñanzas modeladoras de conductas. Hace poco en Olanchito hicieron dos estupideces: pintaron las estatuas, ennegreciendo los cabellos, poniéndole colorete a los labios y pintando los rostros de amarillo. Ante tal irreverencia, denotativa de ignorancia, estupidez y arrogancia del alcalde, Antropología lo amenazó con una multa y lo obligó a restañar los daños a las estatuas. Pero como “gallina que come huevos” se le ocurrió retirar del parqueMorazán el busto del fundador de la Semana Cívica. Ardió Troya. Al final, rectificó, sin evitar que se le notara que, caminaba con la cola entre las piernas. Antes, vándalos no identificados, dañaron el busto de Pepe Barroso, posiblemente el penúltimo filántropo que hemos tenido en este país de mezquinos, sin que nadie levantara la voz, defendiendo su memoria

Ahora, el espectáculo de derribar estatuas, un busto propiamente, no es ejecutado por los particulares, sino que por los exsubordinados del representado en el apresurado monumento que, no más ayer, se le cuadraban y elevaban al borde de los cielos. Los policías, mandados por sus jefes, derribaron el busto del exministro de Seguridad Julián Pacheco, evidenciando rencor de los policías contra los militares – como el que hervía en los corazones de los guardias civiles liberales y los militares en los sesenta del siglo pasado – y expresando, de alguna manera, que los policías rechazan que los militares los dirijan, porque prefieren que la Policía la dirijan los policías. En esto voy más adelante. La Policía la debe dirigir un civil, como en Costa Rica. Los militares no son guardias pretorianos de los regímenes, sino que baluartes de la defensa de la soberanía nacional.

Aquí se cometieron irregularidades. Solo los romanos se regodearon construyéndose estatuas en vida. La legislación establece que no se debe poner el nombre de personas vivas a escuelas o edificios públicos; por derivación, tampoco erigir estatuas a personalidades en activo. Pacheco no debió aceptar desmesurada adulación, debió anticipar lo que ocurriría.

Tengo experiencias. Un amigo quería erigirme un busto para colocarlo en Olanchito. Consiguió apoyos, y un artista hizo un primer esbozo en arcilla. Me opuse. No quería que me pasara lo que a Pacheco. Enterarme un día que amanecía con una bacinica abastecida sobre el pelo de mi orgulloso cruce genético no me complacía. No hay que darles oportunidad a los enemigos, o a los disfrazados ofensores, que están entre los que nos aplauden hipócritamente cuando tenemos poder.