En las vísperas de la gran celebración vuelven a cruzarse los acostumbrados saludos y los deseos por un año próspero y feliz, no obstante que muchos somos conscientes de que nuestro bienestar dependerá, a partir de mañana, de la actitud que adoptemos frente a la vida, como también a las decisiones que tomemos. Hace unos años el correo se atascaba, en ocasiones como esta, por el tráfico incesante de tarjetas ilustradas con motivos alusivos a la celebración y estereotipados mensajes que uno podía escoger. La tecnología fue echando por la borda el viejo sistema de intercambiar saludos con personas de nuestro entorno o residentes en otras latitudes, de tal manera que estas comunicaciones se reenvían ahora en fracción de segundos, pero con los mismos grabados y textos impersonales, a través de las redes electrónicas en que se encuentra atrapado el universo para bien o para mal. Hace tiempo se perdió también, en la avalancha de la modernidad, el género epistolar que inspiraba al remitente a hacer de una carta un texto literario con su sello particular. Una comunicación completamente distinta es el actual intercambio de información, memes y mensajes, a veces carentes de creatividad, a través de los medios digitales que mantienen a medio mundo inclinado sobre sus teléfonos celulares sin ver lo que sucede a su alrededor.
Así como avanza la tecnología no sería de extrañar que las futuras generaciones se den el abrazo de Año Nuevo con robots humanoides, más que con sus congéneres. Mientras tanto, la ocasión seguirá siendo propicia para augurar mutuamente un año mejor que el anterior, y en lo que se refiere a la situación del país, desear que el pueblo sepa elegir a líderes con capacidad y honestidad, sin distinguir colores partidarios, para empezar a respirar aires de prosperidad en el próximo gobierno. Un amigo, afín al partido en el poder, me decía que los hondureños seguirán amolados mientras haya guerras en el mundo. Repliqué que los conflictos internacionales han existido desde que el humano empezó a utilizar su inteligencia para autodestruirse, pero aún así hay naciones pequeñas que han logrado salir del subdesarrollo. Como dice Úrsula Iguarán, el personaje mítico de “Cien años de soledad”: “los hombres se acostumbran a la guerra y después no pueden salir de ella”. Por supuesto que tales luchas por la hegemonía del mundo, repercuten en nuestra frágil economía. Sin embargo, no estaría tan decaído el país si los dineros destinados a su desarrollo no hubiesen sido manejados por manos corruptas, y los gobernantes pensaran más en el pueblo que en aumentar su peculio personal. Aunque la transformación de Honduras no depende de nuestros sueños sino de la voluntad que tengan los políticos para adoptar una actitud proactiva y antidemagógica en pro del pueblo, no está demás desear a los compatriotas un nuevo año de mucha prosperidad, para no perder la tradición ni la convivencia feliz.