En todo ese proceso —que por ratos parecía que había olvidado cómo hacerlo— me percaté de algo interesante: la limpieza de la ciudad.
Sin exagerar, me quedé fascinado con el espectáculo. Todo se miraba ordenado, impecable, y eso transmitía una sensación de calma y seguridad bastante sugerente. Por supuesto, me fue imposible no relacionarlo con la pandemia.
Pensé: “Algo positivo en medio de lo negativo: ahora la basura está en los basureros de las casas o de las oficinas y no en las calles y en las aceras”. Pero el punto que quiero resaltar no es tanto ese, sino el de lo positivo como tal. ¿Por qué esperar a que una pandemia azote para hacer lo que es bueno y mejor?
Pensemos por un momento. Siguiendo la idea presentada en el sitio web Psicología y Mente, el simple hecho de hacer algo positivo en tiempo de pandemia no hará que se arregle el mundo automáticamente, pero si se abre la receptividad a ese estilo de vida y se aprende a empaparse con él, se estará haciendo mucho más factible la posibilidad de mejorar el nivel de bienestar a todo nivel. Indudablemente, el punto clave aquí es la acción de aprender.
¿Estamos dispuestos a hacerlo? Si de verdad queremos experimentar un bienestar que perdure, debemos estarlo. Eso quiere decir que la basura, de aquí en adelante, la depositaremos en el lugar destinado para ello siempre. El tiempo de calidad que ahora compartimos con la familia se mantendrá así siempre.
El resto de medidas de higiene y seguridad que actualmente practicamos sistemáticamente y con diligencia seguirán presentes en nuestra vida siempre. Y la oración y la cercanía a Dios que en el presente han experimentado un aumento repentino continuarían así siempre. Podemos hacerlo, deberíamos hacerlo, y si somos lo suficientemente valientes para [aprender], lo haremos (Stephen King).