En el siglo XXI Centroamérica ha sido testigo, a la vez, del desplazamiento de Taiwán y de la irrupción de China. La región no solo es estratégica para el comercio mundial, sino también zona de pugna geopolítica entre las dos principales potencias, China y Estados Unidos. Y fue el principal bastión sobre el que Taiwán depositó sus últimas esperanzas de ser reconocido como el legítimo representante del Estado chino. Sin embargo, China ha logrado diluir esta expectativa con su diplomacia, poder político y músculo financiero.
En su apuesta regional el gobierno chino ha cultivado lealtades a través de sus redes de contacto con partidos políticos, asociaciones empresariales, grupos de amistad parlamentarios y vínculos con otras entidades. También concedió importantes donaciones a los países que cambiaron el reconocimiento diplomático a Taiwán por China. Entre ellas, la Biblioteca Nacional de El Salvador, el Estadio Nacional de Costa Rica, el Centro de Convenciones de Amador (Panamá) o la construcción de carreteras en Nicaragua, además de donaciones monetarias en Honduras y República Dominicana.
La contribución china ha sido también significativa en infraestructuras. Por ejemplo, la represa hidroeléctrica Patuca III en Honduras, la carretera San José-Limón en Costa Rica o el cuarto puente sobre el Canal de Panamá, sin olvidar la disposición china a construir un faraónico Canal Interoceánico en Nicaragua que competiría con su vecino panameño. Además de préstamos e inversiones, incluida la veintena de empresas chinas con centros regionales de distribución en puertos de ambos océanos, la integración económica se ha consolidado con los intercambios comerciales: 21,700 millones de dólares en 2022, frente a 195 millones en 2000.
Semejantes recursos económicos puestos sobre la mesa por Pekín resultan muy apetitosos para las élites políticas y económicas centroamericanas. El dinero y oportunidades chinos, vistos como una transacción a corto plazo, permite a los gobiernos vender a sus ciudadanos la ilusión de una época próspera y de desarrollo, además de obtener un beneficio político por el impacto de las donaciones chinas. Sin embargo, la llegada de China a la subregión arroja réditos ampliamente favorables para Pekín y, por el contrario, efectos más cuestionables para los países centroamericanos.
Una consecuencia directa de la penetración de China es que sus productos han inundado los mercados centroamericanos. Si en el arranque del siglo China vendió a Centroamérica mercancías por valor de 178 millones de dólares, en 2022 dichas ventas se dispararon hasta los 19,675 millones. Y lo que es peor, esta dinámica comercial no se ha visto en absoluto correspondida por unas exportaciones centroamericanas al mercado chino equivalentes (en parte, por las trabas no arancelarias), arrojando un déficit comercial salvaje de 17,374 millones para la región. Por tanto, las cifras evidencian tanto la asimetría de la relación comercial bilateral, sino también quién es el verdadero ganador de la asociación entre China y el bloque centroamericano.
Además del beneficio comercial, en contraprestación por su supuesta ayuda económica Pekín espera el respaldo de los países centroamericanos en dos asuntos críticos para el régimen chino. Por un lado, aislar a Taiwán en la región; y, por otro, adherirse (o no resistirse) a la construcción de un entorno ideológico y geopolítico favorable a su ascenso como potencia de primer orden. De algún modo, el gobierno chino ha logrado que las elites centroamericanas actúen en favor de sus intereses, conformándose con algunas donaciones o inversiones, o con la expectativa de una relación más fructífera.
Tras dos décadas de desembarco en Centroamérica, China empieza a consolidar su posición en un área estratégica para Estados Unidos, que considera la mera presencia de China en Centroamérica como una potencial amenaza para su seguridad nacional. Algo que no incomoda a Pekín, pues ve su presencia en la periferia de EE.UU como una lógica respuesta al apoyo incondicional que Washington ofrece a Taiwán y demás aliados en la periferia de China en Asia-Pacífico.
En definitiva, el análisis de la relación entre China y Centroamérica nos muestra de forma incontestable que los intereses del país asiático han sido ampliamente favorecidos. Y, sobre todo, que no ha cumplido con las expectativas de las elites centroamericanas. Ejemplo de ello es Costa Rica, país que luego de firmar un TLC con China en 2011, ha visto empeorar sus indicadores económicos bilaterales con ese país. La lección al resto de los países latinoamericanos es que, si no se plantea una estrategia clara y con objetivos alcanzables en el largo plazo con China que privilegie los intereses nacionales, la relación con la potencia asiática puede derivar en contraproducente. Está en manos de nuestras elites políticas comprender esta situación.